LA GESTIÓN DE LA EPIDEMIA

Covid-19, aceptar y actuar... a tiempo

Hay que usar las medidas con inteligencia y valentía, no poner objetivos inviables por muy mediáticos o electoralistas que sean

Sanitarios realizan test PCR en Vallecas (Madrid).

Sanitarios realizan test PCR en Vallecas (Madrid). / periodico

Jordi Casabona

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Las epidemias son el mejor reflejo de la conducta humana. La evolución de la peste en la Europa medieval es una lección de historia sobre las rutas militares y comerciales; la de la gonorrea, una lección sociológica de cómo las guerras, la introducción de los anticonceptivos y el advenimiento del sida y sus tratamientos modificaron las conductas sexuales en Occidente.

Y la respuesta frente a ellas es el mejor reflejo de la capacidad organizativa de las sociedades. Cuando por las características de la enfermedad una epidemia tiene más implicaciones que las meramente sanitarias, se ideologiza y politiza rápidamente. Pasó con el sida, que se convirtió en herramienta de reivindicación de los derechos de las minorías sexuales y en especial del colectivo de hombres que tienen sexo con hombres y en excusa de moralización para algunos sectores católicos. Elevó a tópico el discurso políticamente correcto, siendo para unos una excelente oportunidad para cultivar el negacionismo y para otros el personalismo.  Aunque seguimos sin vacuna, los avances científicos que estimuló la epidemia fueron impresionantes y la respuesta de salud pública se fue consolidando lentamente.

A diferencia del sida, cuya utilización fue de abajo arriba, en el caso del SARS-CoV-2, sus vías de transmisión -cosas que todos solemos hacer a diario, como respirar o socializar- han evitado la estigmatización de grupos específicos, pero su magnitud, transversalidad e impacto han facilitado su utilización de arriba abajo, siendo objeto del oportunismo táctico de muchos políticos. <strong>Donald Trump</strong> en Estados Unidos no ha parado de decir sandeces, negando su impacto, sugiriendo soluciones milagrosas, ridiculizando las medidas de prevención en nombre de la libertad individual y la economía y prometiendo una vacuna que no existe para antes de las elecciones. Ahora se ha infectado y si acaba bien, lo usará. <strong>Boris Jonhson</strong> iba por el mismo camino en Gran Bretaña y su experiencia personal con el virus  le cambió el tono; ahora tiene un proyecto estrella, el MoonShut, que con un nombre  sospechoso y pretendiendo hacer 10 millones de pruebas diarias, ha contribuido a paralizar los circuitos de cribado existentes. Es paradójico que estos dos países, con la tradición académica y capacidad epidemiológica en terreno más consolidadas de Occidente, hayan negligido a las agencias nacionales de salud pública y a sus expertos, en Estados Unidos incluso manipulando sus recomendaciones. Algunos ya le llaman “biopolítica”.

Además están los tics locales. En nuestras latitudes, donde eso del consenso, que las normas estén al servicio del bien común y las políticas basadas en la evidencia, no son nuestro fuerte, algunos partidos usan el drama para hundir al adversario; algunos científicos alimentan su particular promoción en los medios y redes sociales y algunos ciudadanos pasan de todo y si se les recuerda te mandan a freír espárragos. Nada de eso ayuda en un contexto sin masa crítica en salud pública y con un sistema sanitario debilitado, como denuncian las huelgas de los médicos  estos días.

La salud pública se basa en principios, pero también en el rigor científico. La evidencia a veces es dura y este otoño lo será. Hay mucha y más transversal circulación del virus que en febrero y este coincidirá con el auge de resfriados y gripes; aunque el manejo clínico de los enfermos ha mejorado enormemente, el colapso del sistema sanitario neutralizaría este efecto.  La saturación sanitaria es plausible y el equilibrio entre salud, economía y cohesión social, frágil. A largo plazo solo hay un desenlace posible: con vacuna o sin llegaremos a un equilibrio con el SARS-CoV-2, esto pasará y habremos aprendido muchas cosas. Pero va para largo y mientras, guste o no, solo nos queda la protección individual (lavado, mascarillas y distancia social), el diagnóstico y aislamiento precoces (cribados  poblacionales estratégicos) y los confinamientos (idealmente selectivos y periódicos).

Esperpento político aparte, las dramáticas diferencias entre el posconfinamiento y sus efectos en Madrid y Nueva York y que París se  sume a los que llegan tarde, lo confirman. Tenemos que usar estas medidas con inteligencia y valentía, no poner objetivos inviables por muy mediáticos y electoralistas que sean, ni esperar a que las cifras de muertes las hagan socialmente incuestionables. Lo crean o no algunos, hacerlo a tiempo no solo salvará vidas, sino también hará más fácil la recuperación económica cuando llegue. Ahora no toca el virtuosismo o aceptamos la situación y actuamos o la empeoramos.

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