Análisis

Después del 3 de noviembre

La peligrosa decadencia política que sufre Estados Unidos, tan penosamente reflejada en el primer debate presidencial, puede hacer que las próximas elecciones tengan un desenlace tan caótico como violento

Un manifestante ondea una bandera de los Proud Boys en una protesta ante el Capitolio de Oregón, el pasado 7 de septiembre.

Un manifestante ondea una bandera de los Proud Boys en una protesta ante el Capitolio de Oregón, el pasado 7 de septiembre. / periodico

Adam Dubin / Pedro Rodríguez

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Para entender todo lo que viene ocurriendo en Estados Unidos durante la era Trump se puede hablar de un fracaso colectivo de imaginación. Tanta incredulidad y falta de anticipación han impedido apreciar la profunda y preocupante degradación democrática acumulada por un país que irónicamente ha venido siendo desde 1787 una referencia política para el resto del mundo.

Para rectificar este déficit de imaginación urge considerar los peores escenarios posibles tras las elecciones del próximo 3 de noviembre. De que los resultados de estas presidenciales van a ser cuestionados y litigados, hay pocas dudas. Aunque lo más preocupante no es una batalla judicializada que llegue hasta el Supremo como en el año 2000. Esta vez, lo más peligroso es que la pugna electoral tenga un desenlace tan caótico como violento.

La pandemia ha logrado convertir el pautado camino hacia la Casa Blanca en un proceso casi irreconocible. El primer debate celebrado en Cleveland no se ha librado de esta profunda desfiguración política. De hecho, el covid-19 no ha hecho más que exacerbar todo lo que en EEUU previamente no funcionaba: la desigualdad, el problema racial, la sanidad, la extrema polarización política y la espiral de crispación.

Es cierto que el umbral de la violencia ha sido históricamente muchísimo más alto en EEUU. Desde que en 1804 el vicepresidente Aaron Burr mató en duelo al exsecretario del Tesoro, Alexander Hamilton, la democracia americana ha sido más bien de gatillo fácil. Sin embargo, en 2020 no estamos hablando de unas élites pendencieras sino de un país tan desquiciado como para perder por completo cualquier noción de respeto y dignidad en la vida pública.

Un país con más armas que habitantes (casi 400 millones de armas de fuego), y con tensiones anteriores a la Guerra Civil (1861-1865), sufre un tira y afloja que abarca todo, derechos estatales vs. derechos federales, pasando por la raza, la religión y un presidente que aviva las llamas. Según se pregunta el profesor de Historia de la Universidad de Stanford Victor Davis Hanson, en un ensayo: “¿Cómo, cuándo y por qué los Estados Unidos han llegado ahora al borde de una verdadera guerra civil?”.  Aunque muchas personas se ríen de la posibilidad de un conflicto interno como algo que hoy en día sólo ocurre en el Tercer Mundo, ¿es realmente tan extraño pensar que en un país que en 2019 sufrió 417 asesinatos en masa, un escenario de violencia a gran escala sea tan inverosímil?

El Banco Mundial, en una publicación sobre las guerras civiles, afirma que si bien no hay una sola causa de esos conflictos, el fracaso económico suele ser la causa principal. EEUU tiene una de las tasas más altas de desigualdad económica y racial del mundo desarrollado, con grandes segmentos de la población olvidados, desde las zonas rurales de los Apalaches hasta las estribaciones del Mississippi. Las arrogantes y engañosas promesas de volver a hacer grande a América, un sueño indefinido pero con una clara implicación nativista, han llevado a la convergencia en torno al presidente de un segmento de votantes mayoritariamente blancos, armados y conservadores que siguen creyendo en sus falsas promesas.

En sus casi cuatro años en la Casa Blanca, Trump ha engañado a esta base a través de mentiras que han apuntado hacia un enemigo común: la llamada extrema izquierda o Antifa. Mientras que antes Trump centraba su discurso en el enemigo extranjero –emigrantes, musulmanes y China–, ahora se centra en el enemigo interno. Apoyado por antenas mediáticas como Alex Jones, de InfoWars, y Tucker Carlson, de Fox News, junto al respaldo de líderes evangélicos, Trump ha lanzado un continuo mensaje de odio y división, insistiendo en que América está en guerra con sí misma.

Durante todo su mandato, y especialmente durante esta campaña, el presidente y sus partidarios han sacado provecho de un país sin casi límites a la libertad de expresión para avivar el temor de una elección robada por la extrema izquierda y 'fake news' que derrotará el supuesto movimiento para hacer grande a EEUU de nuevo y asegurar el bienestar socio-económico de sus millones de seguidores que sienten que el sistema político de siempre les ha olvidado. Varios líderes evangélicos, de hecho, han elevado Trump a la categoría de nuevo mesías, con mandato divino para salvar EE.UU. Su reciente negativa a conceder la elección en caso de perder, o a condenar la posible violencia, es quizá un presagio de lo que puede ocurrir tras las elecciones. Cuando se le pidió en el debate contra Biden que condenase al grupo neonazi Proud Boys, respondió diciéndoles “retrocedan y esperen”. Ellos han contestado públicamente que “estamos listos.”

Es difícil de creer que en un país que celebra la libertad y la democracia como parte de su identidad, que en el 2020 estemos analizando el riesgo de violencia masiva y guerra civil. No sabremos qué sucederá después del 3 de noviembre pero el panorama es ciertamente preocupante.

*Adam Dubin es profesor de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas. Pedro Rodríguez es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas.

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