Análisis

El esperpento de Madrid en el espejo catalán

De tanto demonizarla, la política madrileña se ha catalanizado. Ha sistematizado la fricción y ha hecho suyos el discurso ramplón del agravio y el embrollo jurídico como modus operandi

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Inma Carretero

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A estas alturas quedan pocas dudas de que, antes de que se pronunciase Supremo, Quim Torra había quedado inhabilitado políticamente. Dentro y fuera de Catalunya, el ‘president’ era visto como una marioneta teledirigida desde Waterloo al frente de una coalición rota, que es una escena con llamativos paralelismos con la Comunidad de Madrid. Afortunadamente, la desobediencia de Isabel Díaz Ayuso ha quedado en amago.

Resulta que la presidencia de la Comunidad está ubicada en la madrileña Puerta del Sol; no muy lejos, por cierto, del callejón del Gato que inspiró a Valle Inclán para crear el esperpento. La sede institucional está en Sol pero las decisiones parecen precocinadas en Génova, que en este caso es una calle de la capital donde tiene su despacho el mentor de Isabel Díaz Ayuso y líder de la oposición, Pablo Casado.

Parece que, a estas alturas de la pandemia, el dirigente popular ya no se autoengaña y sabe que las elecciones no serán inminentes porque Sánchez tiene 140.000 millones europeos que gastar a lo largo de la legislatura pero no está dispuesto a perder ni un día para desplegar su tercera campaña. Y, visto lo visto, quiere evitar que un arrebato de lealtad institucional de su protegida haga al PP corresponsable de los negros nubarrones económicos que se avecinan.

Cuando Ayuso proclama que es “Sánchez quien cierra Madrid” invierte en el crédito futuro del candidato popular a las generales, dispuesto a cabalgar hacia la Moncloa a lomos de un caballo que ha sido ganador en pasadas competiciones: la crisis económica. Lo de la herencia recibida pero, probablemente, con otro lema, que no estaremos para metáforas luctuosas después de la pandemia.

Así que resulta que en Madrid, como en Catalunya, lo que la razón no explica cobra sentido si se aplica la lógica preelectoral todos los días del año, incluso cuando no se tiene ni idea de cuándo habrá elecciones. La tregua de la cumbre bilateral de Sánchez y Ayuso duró menos que el tiempo que tardaron en colocar y retirar las banderas sencillamente porque una dinámica de entendimiento dejaría a Pablo Casado fuera de juego. ¿Acaso no es ese el motivo que ha empujado a Carles Puigdemont a torpedear la mesa de diálogo del Gobierno y la Generalitat?

De tanto demonizarla, la política madrileña se ha catalanizado. Ha sistematizado la fricción y ha hecho suyos el discurso ramplón del agravio y el embrollo jurídico como modus operandi. Ser mártir no solo le parece rentable a Torra: cada aviso del ministro de Sanidad le sirve a Díaz Ayuso para denunciar una persecución política que, convenientemente publicitada, puede ayudarle a recuperar votos que se fueron a Vox, sin rostro reconocible en este carnaval de la gestión de la pandemia en Madrid.  

Puestos a reflejar el esperpento madrileño en el espejo catalán, quizá sea Inés Arrimadas quien tiene más fácil sacar conclusiones: ella es quien decide sobre el papel de Ciudadanos en la coalición que sostiene a Díaz Ayuso y ella debe de conocer mejor que nadie lo que dicen las encuestas sobre la decisión de Ciudadanos de cruzarse de brazos en Catalunya.

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