MIRADOR

Las guerras intestinas de Puigdemont

La ruptura electoral entre Junts y el PDECat no se puede considerar todavía irreparable pese al último fracaso de mediación de Artur Mas. Cuatro meses son una eternidad y la necesidad es un eficaz cicatrizante

Quim Torra y Carles Puigdemont, en un acto en Bruselas en febrero del 2019

Quim Torra y Carles Puigdemont, en un acto en Bruselas en febrero del 2019 / periodico

LUIS MAURI

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La función de <strong>Quim Torra</strong> terminó, pero el telón no ha caído. Hasta las elecciones catalanas, quedan por delante cuatro meses más de representación gaseosa en la Generalitat. Nada nuevo. Las señales de humo características de los últimos años.

El último acto de la función de Torra es una síntesis prodigiosa de su mandato. Alarde de desobediencia, repudio al tribunal, arenga por la ruptura…, y finalmente la quiebra de una norma, solo una: la de distancia sanitaria anticovid en la plaza de Sant Jaume. Descarnada alegoría. Hay, decía el escritor austriaco <strong>Stefan Zweig</strong>, instantes cotidianos o episodios personales que reflejan el espíritu de una época mejor que cien archivos oficiales.

El Govern, partido el corazón por la falla que divide y enfrenta a sus dos socios, es un muerto viviente. No parece la mejor herramienta para enfrentarse a la <strong>emergencia sanitaria</strong> y la <strong>calamidad económica y social</strong>. Tampoco para desbrozar una vía de salida de la <strong>crisis política catalana</strong>. Pero la necesidad de Carles Puigdemont de ganar tiempo para armar su apuesta electoral frente al asalto de ERC se ha impuesto, con la necesaria colaboración de Torra, sobre cualquier otra consideración de interés público. No habrá elecciones hasta febrero. El Govern seguirá en modo zombi.

Litigio judicial

La fragmentación independentista va bastante más allá de la guerra entre republicanos posconvergentes por la primacía. Antes de medirse con ERC (e intentar ganarle la mano contra pronóstico en el último minuto, como hizo en las <strong>autonómicas del 2017</strong>), Puigdemont y los suyos todavía deberán revisar el impacto electoral de su escisión del PDECat. La división orgánica no tiene marcha atrás, ha llegado demasiado lejos, litigio judicial incluido. Pero la división electoral no se puede considerar todavía irreparable pese al último fracaso de mediación de Artur Mas. Tanto Junts como el PDECat aguantan sus respectivas posiciones, algo fundamental para encarar con más fuerza una negociación de última hora si esta llega a producirse. Cuatro meses son una eternidad. No hay que descartar nada, por improbable que parezca ahora.

Desde la pequeña esquina del PNC de Marta Pascal, una víctima de las purgas de Puigdemont, se observa con atención esta jugada. Si Puigdemont y David Bonvehí no logran un arreglo, el PNC deberá competir con el PDECat por un fragmento previsiblemente minoritario del electorado posconvergente. Demasiados actores para tan poco público. En ese caso, será inevitable la exploración de un entendimiento entre Pascal y Bonvehí. La escisión de Pascal dejó heridas, pero la necesidad suele ser un eficaz cicatrizante.

El PNC, la menor de las tres fracciones posconvergentes, marca una línea roja para el día, si llega, de las conversaciones: independencia, sí; unilateralidad y violación del marco legal, no. Consciente de su modesta dimensión, el PNC plantea un proyecto de crecimiento a medio plazo. "No tenemos cargos que perder y sí mucho por crecer cuando Puigdemont culmine su viaje a la nada", confía un dirigente del nuevo partido.

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