Colectivos olvidados

La marginación de los marginados

El insoportable ruido político sirve, entre otras cosas, para que nadie oiga el grito de los que más nos necesitan

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Ernest Folch

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Mientras el circo político, el de aquí y el de allá, sigue su traca de numeritos, la devastación provocada por la pandemia se multiplica y va mucho más allá de lo que nos muestra la superfície mediática. Debajo del inmenso sufrimiento de los muertos, los ERTE y las empresas que cierran, hay un submundo que está en una situación crítica pero que no tiene ni siquiera altavoces para ser escuchado. <strong>Porque las llamadas personas vulnerables, </strong>es decir, gente con riesgo de exclusión social, dependientes de todo tipo y colectivos con las denominadas necesidades especiales (con deficiencias físicas y psíquicas), son las víctimas silenciosas y olvidadas de esta debacle, que solo dejan por unos minutos su anonimato cuando la tragedia ya es imposible de esconder, como los miles de ancianos abandonados a su suerte en las residencias, muertos solamente por ser invisibles para la maquinaria del poder.

Fuera de los pobres abuelos convertidos en noticia por imperativo, otros escándalos sociales han quedado convenientemente enterrados. Por ejemplo, que las escuelas de educación especial, con la excusa de no contagiarse, no han podido abrir hasta este mes, a diferencia de las normales, estigmatizando así aún más los niños con problemas. Por ejemplo, que mientras durante el confinamiento las peluquerías podían trabajar, centenares de miles de todo tipo de discapacitados niños, jóvenes o adultos, tuvieron que dejar de ir a los centros que directamente dan sentido a su existencia. Y por ejemplo, que miles de empresas y de fundaciones que dan trabajo a un colectivo ingente de personas dependientes, piden desde hace semanas, con el silencio por respuesta, ayudas específicas y urgentes para evitar que este precario sector se desmorone y los más débiles se queden sin paraguas.

El insoportable ruido político sirve, entre otras cosas, para que nadie oiga el grito de los que más nos necesitan. Tengamos la decencia, por una vez, de no marginar todavía más a los marginados.