Opinión | Editorial
El Periódico
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La insostenible interinidad de Torra
La doble crisis, sanitaria y económica, exige más que nunca un gobierno que pueda desplegar con normalidad todas sus funciones, para lo cual las elecciones resultan imprescindibles
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha decidido que Catalunya quede ubicada política e institucionalmente en el <strong>limbo de la interinidad</strong> si finalmente el Tribunal Supremo confirma su inhabilitación. Esta actitud merece ser reprobada por cuanto la primera obligación de un mandatario es plegarse a las necesidades de los ciudadanos a los que sirve. La doble crisis, sanitaria y económica, exige más que nunca un gobierno a pleno rendimiento para la toma de decisiones efectivas en un escenario que ya resulta dramático para muchos ciudadanos y que seguirá siéndolo en el corto y medio plazo.
El enroque de Quim Torra persigue únicamente el objetivo de facilitar tiempo al nuevo partido de Carles Puigdemont y Jordi Sànchez para organizarse, solventar sus luchas internas en la elección de candidato y hacer lo posible para debilitar en el mientras tanto la ventaja que atesora ERC en las encuestas en estos momentos.
La presidencia de Quim Torra se ha caracterizado desde el primer día por una clarísima voluntad de convertir las instituciones catalanas, pagando por ello una elevada factura en descrédito, en un juguete en manos de su versión del independentismo. Ahora da un paso más y las pone al servicio de los intereses de un proyecto partidista, sin importarle lo más mínimo que las circunstancias económicas y sanitarias exijan más que nunca que sea el interés general el que prime en todas las decisiones. Entre lo que le conviene a Catalunya y lo que conviene a Puigdemont, se ha plegado a lo segundo.
Ninguna de las excusas que utiliza Quim Torra para justificarse merecen ser tenidas en cuenta si son analizadas con rigor. Su inhabilitación es incuestionable, en la medida que él mismo decidió confirmar ante los jueces que había desobedecido. La proporcionalidad de la pena, sobre la cual sí resulta admisible el debate, no altera de ningún modo la emergencia ciudadana y la necesidad de un gobierno que pueda desplegar con normalidad todas sus funciones, para lo cual las elecciones resultan imprescindibles.
Si de verdad la pandemia y la crisis económica fueran lo único que preocupase a Quim Torra, este ya las habría convocado. Pero a la vista está que no es así. Prefiere que durante los próximos seis meses el Parlament quede embarrancado por las cada vez mayores desavenencias entre los socios de gobierno y que el Ejecutivo funcione de manera provisional si con ello proporciona, ni que sea una mínima ventaja, al proyecto político de quien le regaló desde Waterloo el cargo de presidente.
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