NÓMADAS Y VIAJANTES

Lukashenko, sin puerta de salida

El presidente bielorruso, Aleksándr Lukashenko, y el ruso, Vladímir Putin, se saludan durante un encuentro en el 2017.

El presidente bielorruso, Aleksándr Lukashenko, y el ruso, Vladímir Putin, se saludan durante un encuentro en el 2017. / periodico

Ramón Lobo

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<strong>Bielorrusia </strong>perdió el miedo. Una parte importante de la población ha salido a las calles para exigir la renuncia del presidente Alexander Lukashenko, un producto soviético que ejerce el poder absoluto desde hace 26 años. Las cosas han cambiado tan poco en Bielorrusia que hasta el KGB se sigue llamando KGB. Es un país pequeño, menos de la mitad de España, que juega un papel importante para Moscú. Es e lúltimo tapón que se interpone entre la OTAN y Rusia. Su pérdida representaría una amenaza, más psicológica que real, la sensación de que el enemigo histórico acecha de nuevo. Rusia no olvida las invasiones de Napoleón y Hitler.

Quizá sea casualidad, pero cuando mayor es la presión contra Lukashenko más nervioso está Vladimir Putin, que también ha perdido apoyos. El envenenamiento del líder opositor ruso Alexéi Navalni coincide con los sucesos de Minsk. Los médicos que le tratan en Alemania han detectado en su cuerpo restos del veneno Novichok, el mismo que seempleó en 2018 contra el exespía ruso Serguéi Skripal y su hija, asilados en el Reino UnidoLukashenko también ha visto un vínculo, dice que el envenenamiento es un montaje de Occidente.

Un sector del comunismo español salió en defensa de Lukashenko y de su victoria en las urnas, pese a que ganó con el 80% de los votos en medio de acusaciones de fraude. Su principal rival de la oposiciónSviatlana Tsikhanouskaya, tuvo que pasar a la clandestinidad primero, y al exilio en Lituania, después. Ese sector repite el error yugoslavo, cuando creyó que Sloboban Milosevic era uno de los suyos acechados por las fuerzas del capitalismo. El serbio solo era un oportunista peligroso interesado en el poder. Empezó y perdió cuatro guerras, incluida la de Kosovo, la más dolorosa.

De la vieja escuela

En el caso de Lukashenko estamos ante un 'apparaticik' de la vieja escuela que ha dejado de ser útil. Para Rusia, además de los temores históricos, es una cuestión de principios: fue parte de Rusia hasta que la Revolución de Octubre se inventó el café para todos de la URSS.

Las opciones de Putin son pocas y arriesgadas. Pese a ofrecer antidisturbios, una intervención sonaría a Primavera de Praga. Puede buscar un hombre nuevo que conserve el poder, como hizo el propio Putin en los tormentosos tiempos de Yeltsin, o permitir una democratización aparente y controlada. Están los precedentes de Hungría y Polonia que poco a poco vuelven al redil de la Guerra Fría. Es verdad que ambos son representantes de la extrema derecha europea, pero hay entendimientos que están por encima de las ideologías, que hoy son más decorativas que reales. Sucede en algunas democracias.

Es cierto que detrás, o junto a las protestas contra Lukashenko, hay intereses extranjeros que ven en ellas una oportunidad para cambiar de color una casilla del tablero, como sucedió con los tres Bálticos. Putin es un líder inteligente. Juega varias partidas simultáneas. Pasea sus aviones de combate por las fronteras de la OTAN para probar las defensas y parece llevar ventaja en la ciberguerra, con supuestas interferencias en las elecciones presidenciales de EEUU, en las de 2016 y las de este año,y en el referéndum del 'brexit'.

Un bocado apetitoso

En Bielorrusia todo es propiedad del Estado, desde la industria a las granjas y los medios de comunicación. Para el mundo capitalista es un bocado apetitoso porque todo es privatizable. Tenemos el precedente de Ucrania, donde las prisas de Occidente por forzar un cambio acabaron en una guerra civil entre la parte europea y la rusa. Aquí, el peligro es despertar una memoria nacionalista en un país que depende por completo de Moscú.

La pandemia y la depresión económica han destruido nuestro pequeño de mundo de certezas. Nadie es tan fuerte como para marcar unas reglas globales, más allá del dinero. Tal vez Pekín, pero su manera de mandar es moverse entre bambalinas sin llamar la atención.

La solución en Bielorrusia es complicada. La oposición no cede en las calles ni en las huelgas, y el Gobierno no renuencia a la represión como única respuesta. Es una cuestión de resistencia. El régimen pelea por su supervivencia en la era de las redes sociales y de los móviles, en la que todo está a la vista. Una repetición electoral con observadores internacionales sería el final de Lukashenko, un tipo que tampoco creía en el covid, como Donald Trump y Jair Bolsonaro.

Estos líderes parecen un anticipo de una dictadura mundial, con algunas islas de libertad, que dejará las novelas distópicas de Margaret Atwood en un cuento infantil.

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