EL DEBATE SOBRE EL FANATISMO IDEOLÓGICO

La alternativa a la democracia y los socialistas

Hay que plantar cara a los extremismos populistas-nacionalistas que predican peligrosas utopías y, en esa lucha, la socialdemocracia debe estar en primera línea

La alternativa a la democracia y los socialistas, ilustración de Trino

La alternativa a la democracia y los socialistas, ilustración de Trino / periodico

Eugenio García Gascón

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Los partidos populistas-nacionalistas priorizan la identidad grupal, la exclusión, el sectarismo, el fanatismo y el autoritarismo. Se encuentran en el lado oscuro de la historia, y muy bien podría ser que su irrupción anuncie el umbral de una nueva edad de las tinieblas. Ocurre en Europa y fuera del continente, como es el caso de Israel, donde un nacionalismo extremo se funde con un religionismo no menos extremo. Los socialistas occidentales cometerían un grave error si dejan de defender principios objetivos y los sustituyen por principios subjetivos. Nadie discute que es probable que consiguieran mejores resultados en las urnas, pero a costa de renuncias capaces de conducirnos a un precipicio. El precio a pagar por cuestionar y derribar la democracia liberal tal como ha funcionado hasta ahora sería muy elevado.

Las emociones y los sentimientos, las pasiones, cuando se extreman, como está sucediendo en Europa, y en concreto en Catalunya, son malos compañeros de viaje y no debe olvidarse que han azotado Europa con saña en épocas recientes. Que los fanáticos extremismos populistas-nacionalistas estén tomando el control de la agenda política en Europa es una pésima noticia, pero eso no debe eximirnos de combatirlos. Son grupos cada vez más numerosos que destilan odio, apuntando y disparando contra los órganos vitales de la democracia, al tiempo que crean un clima de considerable hostilidad contra la resistencia, que es cada vez menos numerosa y a menudo se refugia en su interior porque teme enfrentarse abiertamente al fenómeno nacional-populista.

El ejemplo de Israel

Lo que se ve en Europa, y en Catalunya, es comparable a lo que durante muchos años ha experimentado Israel en este campo. Cualquiera que haya vivido en Israel se entera muy pronto de que no merece la pena discutir de cuestiones políticas con los nacionalistas-populistas, y que esta definición no abarca solo a los seguidores del Likud y de la extrema derecha, sino a un número creciente de israelíes que han sido educados en el nacional-populismo desde la infancia. Discutir con ellos es razonar con el desierto pues sus ideas no se fundamentan en la razón sino en emociones y sentimientostribales. Además, son ridículos porque discuten como si estuvieran en posesión de la verdad, de la única verdad. Una 'democracia' como la israelí, o como cualquier otra nacional-populista, donde la mayoría ejerce su poder sin restricciones, puede ser más tiránica que una dictadura. "Más dañina que la superstición teológica es la superstición del nacionalismo", advirtió acertadamente el filósofo Bertrand Russell.

En lugar de enmendar la sociedad allá donde sea necesario, esas corrientes populistas-nacionalistas persiguen una utopía, obviando que utopías para todos los gustos han causado muchos baños de sangre en tiempos no demasiado lejanos. Vivimos en un mundo donde la política es inestable, fragmentaria y, sobre todo, impredecible, de un modo que no se ha conocido nunca desde el nacimiento de la democracia liberal. Este es un buen motivo para plantar cara a los visionarios que abundan en las sociedades occidentales predicando peligrosas utopías. Los partidos socialistas deben estar en primera línea en esa lucha, y no sucumbir a las modas del momento, por más duraderas que sean.

Donde obtienen representación, los grupos nacional-populistas argumentan que sus líderes han sido elegidos democráticamente, como si esta circunstancia les proporcionara una incuestionable patente de demócratas. En realidad ocurre todo lo contrario. No puede extrañar que haya ciudadanos alemanes que a Alternativa para Alemania la llamen Alternativa para la Democracia.

Probablemente existe un cansancio de la democracia, y el populismo-nacionalismo sería un síntoma de que mucha gente, que al paso que vamos amenaza en convertirse en mayoría, cree en soluciones sencillas para resolver situaciones y problemas complejos, algo que no es la primera vez que sucede, gente convencida de que las urnas le proporcionan una carta blanca que les permite pisotear los derechos de los demás.

Los socialdemócratas deben mantener su apoyo a los valores objetivos y racionales, y no plegarse a los populismos-nacionalismos. Al fin y al cabo, los nacional-populismos son refugios cómodos y facilones para quienes están cansados de la democracia y sueñan con utopías y aventuras inciertas. El hecho de que los votos socialdemócratas estén emigrando hacia esos grupos no debe hacer que los socialdemócratas abandonen los valores universales que generaron el socialismo en su momento, incluso aunque esto les obligue a tener que trabajar desde la oposición.