Analisis

Trabajando desde la segunda residencia

De los poderes públicos depende que la riqueza que conlleva la revolución tecnológica alcance a todos

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Jordi Alberich

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Estos días, muchos pequeños municipios andan pidiendo una mejor conectividad, especialmente de fibra óptica, para responder a la creciente demanda de quienes teletrabajan desde su segunda residencia. Ya no es solo que el porcentaje de quienes trabajan desde casa ha transitado del 5% al 30% durante el confinamiento, sino que, además, la práctica favorece el que una parte de ellos pueda hacerlo lejos de su domicilio habitual.

Tras esa demanda de conectividad reforzada, que no resulta demasiado compleja de satisfacer dada la excelente red de fibra óptica de la que ya disponemos, subyacen algunos cambios que pueden resultar relevantes en el escenario poscovid, en que el teletrabajo va camino de convertirse en una alternativa para muchas personas.

Así, en primer lugar, su propio auge que, si por una parte conlleva aspectos positivos también, por contra, amenaza con favorecer un mayor desarraigo del trabajador en una sociedad que ya tiende al individualismo, y en la que renunciar a la convivencia con el otro en el puesto de trabajo refuerza la tendencia a situar a la persona sola ante su destino.

A su vez, podemos estar ante una incipiente tendencia a desplazar actividad productiva de las grandes urbes al resto del país. En un mundo que tiende a la concentración en las metrópolis, el teletrabajo desde la segunda residencia, que puede convertirse en primera, puede favorecer el necesario reequilibrio territorial que se viene reclamando desde las zonas menos pobladas.

Y todo ello nos sitúa ante el gran reto de nuestros días, conseguir que la mayor riqueza que genera la revolución tecnológica alcance a todos. Y ello depende de la capacidad de los poderes públicos por regular la nueva realidad tecnológica atendiendo al interés general. Cuando, a lo largo de la historia, se ha conseguido, se ha favorecido el desarrollo económico y la cohesión social. De no ser así, como acontece en nuestros días, lo que se da es un agravamiento de la fractura entre unos y otros.

La regulación del teletrabajo, que será una de las prioridades de la próxima legislatura política, es una oportunidad para mejorar la vida de trabajadores y profesionales, sin debilitar su arraigo y sin deteriorar sus derechos laborales.

Es un buen momento para recordar la conferencia 'Las posibilidades económicas de nuestros nietos' que John Maynard Keynes pronunció en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1930. En la misma, auguraba que, al cabo de cien años, en el ya cercano 2030, los avances tecnológicos permitirían reducir la jornada laboral a tres horas diarias. Más allá del pronóstico concreto acerca del número de horas, en el fondo señalaba que una tecnología bien conducida era garantía de una humanidad más feliz.

La mayor de las revoluciones tecnológicas ha llegado. Que la riqueza que conlleva alcance a todos dependerá de la acción de los poderes públicos. La próxima regulación del teletrabajo es una oportunidad para avanzar en la buena dirección, en la de ir haciendo realidad los augurios de Keynes.