ACTITUD INCÍVICA

Desenmascarados

Cuando veo a una persona sin mascarilla, pienso que no la llevará por algún motivo de peso; me resisto a pensar que es por pura idiotez

Agentes cívicos de Barcelona informan a una joven de la obligatoriedad de llevar mascarilla, el pasado 30 de mayo

Agentes cívicos de Barcelona informan a una joven de la obligatoriedad de llevar mascarilla, el pasado 30 de mayo / periodico

Carles Sans

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Mientras los barceloneses estamos celebrando haber salido del estado de alarma, los pequineses se reencuentran con el covid-19 en una versión, al parecer, más maligna que la que habían conocido. Mientras los españoles empiezan con cierta ligereza a sacudirse el miedo que nos ha tenido encerrado a todo un país, médicos, virólogos y sanitarios siguen recordándonos que esto no se ha acabado. A pesar de que la mascarilla es obligatoria, hay quien camina sin ella o la lleva incorrectamente con la nariz asomando por fuera.

Al ver a los 'sin máscaras' caminando por la Barcelona vaciada, me entran ganas de llamarles la atención y no lo hago porque no me gusta ser ciudadano policía. Pero pienso que no la llevarán puesta por algún motivo de peso; me resisto a pensar que es por pura idiotez. Tal vez algunas de esas personas sean de naturaleza insurrecta, almas libres o, mejor, sujetos libertarios que plantan cara al sistema, ¿qué otra cosa, si no? Bueno, sí. Tal vez se trate de algo más simple, de individuos ignorantes desprovistos de criterio alguno y que, los pobres, son carne de cañón sin ellos saberlo. Puede también que sean personas con dificultades respiratorias, lo que lo justificaría, o, por último, de personas muy egoístas, que se sienten invulnerables y que viven confiadas en que a ellas el virus no les puede alcanzar.

Ahora todos miramos al futuro con la incertidumbre de que en cualquier momento podemos contagiarnos y con la absurda certeza de que a nosotros no nos va a pasar.

Hace unos días asistí a la primera cena social después de tres meses de confinamiento. Al comienzo, protegidos con mascarilla, todo eran precauciones, saludos con el codo y distancia social. Era una cena en una casa particular y de poca gente. A los postres, y después de los consabidos alcoholes, todos reíamos y hablábamos a mandíbula batiente y sin mascarillas que nos protegiera. Como si después de unas cuantas copas nada hubiera que temer.

¡Ay! ¿Qué nos deparará el verano del 2020? ¿No será que el rebrote de Pekín o el de Alemania deberían decirnos algo?