La clave

Muerte de una niñera

Si hay algo más valioso que un héroe de relumbrón, un superhéroe con mallas y máscara, es el hombre corriente ante una vida más o menos de carril

Placa a Alice Ayres, en el Postman's Park de Londres

Placa a Alice Ayres, en el Postman's Park de Londres / periodico

Carol Álvarez

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Una niñera, Alice Ayres, tiene una placa con su nombre en una plaza de Londres, el Postman’s Park, para recordar su muerte. No está sola, la acompañan los nombres de un puñado de personas anónimas que como ella dieron en un momento dado su vida por otro: Alice murió cuando intentaba salvar a los pequeños que cuidaba de las llamas de un incendio en 1885, y su nombre se suma al de otros héroes ordinarios que perdieron la vidas al querer rescatar a alguien que se ahogaba en el río o iba a ser atropellado. La película Closercon Natalie Portman de protagonista, inmortalizó la plaza en 2004, pero el sentido del homenaje a gente ordinaria, titanes de la cotidianeidad, ha prevalecido a través de las épocas y los lugares. 

Si hay algo más valioso que un héroe de relumbrón, un superhéroe con mallas y máscara, es el hombre corriente ante una vida más o menos de carril. Las muertes de decenas de médicos y profesionales sanitarios en España no ha tenido precedente en una crisis sanitaria, como tampoco el valor que han ganado conductores de autobús, empleados de supermercado o transportistas en la etapa más dura de la pandemia, cuando el miedo atenazaba más que el confinamiento físico. 

Las miles de muertes de gente de distinta edad y condición, pillados al azar por la flecha con carga viral que les tocó, han dado a sus vidas ya acabadas un último sentido, el que sus seres queridos reivindican en obituarios como el que recoge Entre Todos a través de los correos electrónicos que han querido rendir un último homenaje a los desaparecidos. Y es que como dijo Rosa Maria Sardà en una entrevista con Jordi Évole, frase que el periodista ha rescatado ahora a raíz de la muerte por cáncer de la actriz, «la muerte es la consecuencia de estar vivo». Hay aún un largo camino a recorrer para encajar esta realidad, pero las despedidas públicas y el sentido de otras vidas ya acabadas es un primer paso imprescindible.

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