La otra epidemia

Covid-19, renta mínima, pobreza y escolaridad

La desigualdad será más difícil de erradicar que el coronavirus: está tan enquistada entre nosotros que ni la vemos

Opinion Leonard Beard

Opinion Leonard Beard / periodico

Josep Oliver Alonso

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Hay que saludar <strong>la renta mínima vital </strong>como un paso substancial contra la lacra de la pobreza y la más abyecta desigualdad. En las últimas décadas, difícilmente se encontrará una medida tan relevante para avanzar en la erradicación de lo que debería avergonzarnos a todos: el que más de una quinta parte de las familias sean pobres y, lo que es más lacerante todavía, que en ellas vivan casi un tercio de nuestros niños.

Esa vergüenza no debe ser patrimonio hispano: algo de ella debe haber en las estadísticas europeas (y, por tanto, españolas y catalanas) para que no quieran referirse directamente a la pobreza, sino a un sucedáneo que la pretende ocultar: el llamado ‘riesgo de pobreza’. Si no fuera trágico, parecería una broma de mal gusto. Porque si su familia ingresa menos del 60% de la media, no es pobre: simplemente, se encuentra en riesgo de serlo. Un insulto que añadir a la injuria para las que no pueden comer carne tres veces a la semana o sin capacidad para celebrar los aniversarios de sus hijos o comprarles juguetes de uso cotidiano. No hablemos, por descontado, de que puedan disponer de aparatos electrónicos. Como ciudadano, pues, no puedo sino sentirme más que orgulloso de esa ley.

Pero ello no debería nublarnos el entendimiento. Porque existen otras dimensiones, más allá de la renta, igualmente importantes para avanzar en la supresión de esa dolorosa realidad, algunas de las cuales el covid-19 las ha puesto de relieve de una forma difícilmente de imaginar.

Por descontado, en las colas de familias pidiendo caridad alimenticia. O en la dimensión sanitaria. La coincidencia entre el mapa de la pandemia y el nivel de ingresos indica como La coincidencia entre el mapa de la pandemia y el nivel de ingresos a menor renta más epidemia y más muerte, revelando la falsedad del pretendido carácter igualador que se presuponía al covid-19. Y no solo aquí: en Gran Bretaña ha generado una agria polémica constatar que los hijos de inmigrantes no europeos, una minoría en el país, han contribuido desproporcionadamente a las infecciones y defunciones; y<strong> algo parecido sucede en los EEUU:</strong> los afroamericanos, escasamente el 16% de la población, aportan más del 30% de los enfermos por covid-19. Nada excepcional, ni aquí ni allí: esa relación inversa entre ingreso y covid-19 (a mayor renta menos enfermedad) era lo que cabía esperar. Porque no todas las ocupaciones son telemáticas; no todos han de utilizar indefectiblemente el transporte público; no todos trabajan con potenciales infectados; o, finalmente, no todos conviven hacinados en viviendas, o habitaciones, de dimensiones diminutas.

Y no solo hay diferencias en la enfermedad. También las hay en las pérdidas de escolarización: en España, el 8% de los menores de 16 años (y el 3% en Catalunya) viven en hogares sin ordenador. Y aunque ello les parezca poco, imaginen qué consumo cultural, y qué ayuda pueden prestar a sus hijos, el tercio de familias españolas (y el 27% de las catalanas) que no pueden permitirse una semana de vacaciones al año. Por ello, el covid-19 ampliará la brecha en calidad educativa, también inversamente relacionada con el ingreso familiar. Un triste aspecto que tampoco es nuevo: la sexta hora en la escuela pública del tripartido de Maragall fue un intento de acercarla a la privada, porque una hora al día equivale, al final de las etapas obligatorias, a un año de escolaridad. Lastimosamente, los vientos jibarizadores del sector público de Artur Mas y sus 'consellers' se la llevaron por delante.

Este aspecto de la pobreza, el del fracaso escolar, debe ser tan sangriento, tan injusto y tan poco presentable, incluso para los liberales en economía, que no hay gobierno que se atreva a mostrar su distribución territorial. Y no es casual: con una media en Catalunya en torno al 18%, ¿dónde habría que encontrar esos niños fracasados, los inevitables pobres del futuro? Dado que en amplios sectores el fracaso escolar es nulo, ese 18% de media quiere decir que, en nuestros suburbios, encontraríamos valores muy por encima del 50%.

Bienvenida sea la renta mínima. Es un gran paso adelante. Pero solo el primero en esta lucha, que debiera ser incesante, para erradicar la pobreza. Un combate que solo se ganará cuando la igualdad de oportunidades, en particular en educación, se dé realmente. Y, ya saben, esa igualdad exigiría invertir más en aquellos territorios o escuelas con mayores tasas de abandono y fracaso escolar. Por ello, temo que eliminar esa otra epidemia, la de la pobreza, será más difícil que terminar con la del covid-19. Está tan enquistada entre nosotros que ni la vemos.

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