IDEAS
Pla y Dalí, símbolos de aquí
El escritor y el pintor fueron coherentes por lo menos en la habilidad para olfatear el aire de los tiempos
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
XAVIER BRU DE SALA
Muy probablemente, el libro más desencaminado sobre los catalanes que jamás se haya escrito es el del post noucentista Ferrater Mora, con toda la serie de zarandajas fantasmagóricas sobre la ironía, el distanciamiento o el 'seny', que no son sino un panfletario intento de convertirnos a la fe de los insulsos, o sea, los postrados.
Al contrario, los poetas Maragall; mi héroe nacional, Salvat-Papasseit, en el santoral de Dalí, y el empresario Duran Farell, venerado por Pla, coinciden en la definición más aproximada a la realidad de una idiosincrasia aún por definir, cuando no por pulir.
«En cada catalán hay un anarquista», decían los dos poetas, y Salvat reprochaba que, lástima, no quisiera despertar nunca de su sueño. «El catalán es un burgués anarquista, me repetía el amigo Duran en los años en que lo fuimos, ya sea rico como pobre». En otras palabras: quisiera que el poder renunciara a su naturaleza vertical y jerárquica para extenderse en la placidez horizontal.
Solo así se explican las falsas contradicciones de Pla y Dalí, su arco digamos ideológico, que en ambos casos transita desde el independentismo inicial al franquismo descarado. La hipótesis es que fueron coherentes por lo menos en la habilidad para olfatear el aire de los tiempos.
Si Pujol justificaba el apoyo de Cambó a Franco en la Guerra Civil aduciendo que «la historia le fue en contra», no es preciso que busquemos cinco pies al gato de ninguna culpabilidad.
Aún más, Pla, además de flirtear con el comunismo, llevado de la manita por el maestro Xammar, el de «hay que matar al rey», conspiró con el coronel Macià con vistas a la invasión de Prats de Molló. Acto seguido, se infeudó a Cambó, pero no por ello dejó de despreciarlo.
Infeudado a sí mismo, Dalí, de quien consta el independentismo inicial y la colaboración con el gobierno de Companys, pagó el precio estipulado por el régimen, si bien con la moneda falsa y burlona de los elogios hiperbólicos al dictador.
Pero Tàpies pintaba 'assenyades' cruces y él, barretinas alocadas.
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