análisis
España en Europa
Mientras nosotros apelamos erróneamente a la solidaridad, a nuestros socios del norte ya les va bien el 'statu quo'
Jordi Alberich
Economista
La respuesta europea a nuestra llamada para evitar una catástrofe económica y social, nos sumerge a todos en un mar de dudas acerca de cómo hemos llegado al punto de tener que apelar a una solidaridad que los ricos rechazan. Así, ¿qué ha sucedido para depender tanto de lo que se decida en Bruselas? ¿Ha pasado Europa de ser la solución, a convertirse en el problema? ¿Son los países centrales de la UE insolidarios por naturaleza? ¿No somos nada sin Europa?
España mostraba una notable solidez y equilibrio en el momento de entrada en vigor del euro en 1999. Cumplimos sin excesivas dificultades las condiciones de acceso a la moneda única -deuda, inflación, déficit, tipos de interés y tipo de cambio- a la vez que nuestras empresas mostraban una creciente capacidad competitiva, lo que consolidaba su salida e implantación en el exterior. El gran desarrollo económico que se inició con el Plan de Estabilización de 1959, adquirió consistencia y personalidad internacional a partir de nuestra integración en la, entonces, Comunidad Económica Europea, en 1986.
Sin embargo, tras la implantación del euro, lo que se preveía como un proceso de convergencia entre norte y sur, se ha transformado en lo contrario. Mientras el norte ha sabido aprovechar un mercado interior de 500 millones de personas y una política monetaria favorable, el sur, a partir de la crisis de 2008, se ha sumido en unos desequilibrios de difícil reversión, que se agravarán dramáticamente como consecuencia del covid-19.
Nuestro gran error ha sido la ingenuidad, el ver en Europa un poder cuasi taumatúrgico que, por sí solo, conduciría nuestros desajustes. Una visión agravada tras nuestra entrada en el euro y sus efectos tan inmediatos como positivos. La integración europea representaba tal anhelo histórico que, al conseguirla, y tras ser reconocidos como un país ejemplar por su apertura y modernización, dejamos de cuidar nuestra casa. ¿Para qué, si ya estábamos en la Europa del euro?
Y ahora, nuevamente, nos dejamos llevar por un exceso de confianza, pues Europa no se basa tanto en la solidaridad, como en el interés. Así ya fue en sus inicios, cuando la unión era la única forma de hacer frente a la amenaza soviética. Posteriormente, a lo largo de décadas, ha avanzado cuando se ha conducido con aquella visión a largo plazo en que los intereses de unos y otros tienden a converger. Hoy no es así, mientras nosotros apelamos erróneamente a la solidaridad, a nuestros socios del norte ya les va bien el statu quo. Para qué cambiar si esta Unión, que ellos han liderado conforme a sus intereses, les va de maravilla.
Hay que apoyar a nuestro gobierno en su posición europea, pero, para no caer en una frustración paralizante, asumir que la salida del desastre dependerá, especialmente, de nosotros mismos. Ya llegará el día en que, con nuestros socios meridionales, podamos exigir otra manera de entender Europa. Mientras, nuestro futuro pasa por la negociación en Bruselas y, aún más, por el Congreso de los Diputados.
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