El patrimonio de la experiencia

Tercera edad, pandemia y ¿futuro?

La generación maltratada, los auténticos superhéroes y superheroínas

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Jordi Serrallonga

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Si alguna cosa le debemos a la pandemia del covid-19 es el haber hecho evidente, aún más, el desprecio de la deshumanizada sociedad actual –empezando por sus mandatarios– para con nuestros abuelos y abuelas. Son la generación maltratada; la que vivió las consecuencias de la guerra civil. Muchos pasaron hambre y trabajaron duro en vez de ir al colegio o la universidad; por lo que plato de comida, salubridad y educación no siempre estuvieron al alcance. Con su esfuerzo alimentaron un país dictatorial en el que se enriquecían las mismas sagas que hoy maman de la democracia y se erigen en salvadores de banderas y fronteras.

Pagaron hipotecas, alquileres e impuestos con horas extras –los bancos suizos eran para otros–, hasta que nacimos nosotros. Quisieron darnos un futuro mejor. Tuvieron que sacar la mierda de los demás y, lejos de amilanarse por los despidos salvajes y el paro, se dedicaron en cuerpo y alma al cuidado de la prole. No nos faltó un compás ni los libros del colegio, y crecimos a base de solomillo y lenguado. Jugamos a baloncesto, fuimos de colonias e hicimos carrera, mientras ellos se privaban de vacaciones, ropa u otros caprichos. «'Més endavant'», decían.

Una existencia de sacrificio

Los bien criados llegamos a la madurez; quizá les dimos nietas y nietos, y cuando tocaba que pudieran disfrutarlo, no solo se encontraron con pensiones miserables –¿en qué bolsillos fue a parar tanto esfuerzo?–, sino que además les regalamos la gran estafa de las preferentes. Los escasos ahorros para el «'més endavant'» se esfumaron. La banca fue rescatada, pero la generación maltratada –ya en plena tercera edad– vio cómo les ninguneaban por enésima vez. No sirvió de nada aporrear, con muletas y bastones, las limusinas de los 'presuntos' ladrones y, arruinados, abandonaron domicilios plagados de recuerdos. Y cuando el cuerpo empezó a fallarles descubrieron que los recortes sociales les impedían acceder, con facilidad, a prestaciones de dependencia, o a la plaza pública en el geriátrico. Una existencia de sacrificio para después, ¿qué?

Entonces, llegó la pandemia. Sobrevivir a mil guerras para caer en otra: la del coronavirus. Las primeras noticias ya indicaban que el virus causaba estragos entre la tercera edad, ¿se tomaron las medidas preventivas oportunas? El personal de los geriátricos y miles de sanitarios realizan un trabajo encomiable, así como familiares, vecinos y voluntarios que asisten a los más mayores durante el confinamiento. En cambio, el sistema ha vuelto a fallarles. Nos llenábamos la boca con eslóganes en contra de la eutanasia, ahora somos cómplices de una especie de eugenesia social de enormes dimensiones. ¿Dónde estaban los tests masivos en las residencias mientras algunas élites jóvenes, y no tan jóvenes, hacían ruedas de prensa para anunciar su positivo? Y es que hablamos de muchas muertes. De golpe, aquí ha acabado la historia para miles de anónimos de una generación castigada; los auténticos héroes y heroínas de esta crisis. Aunque el miedo vaya por dentro, nos animan a cada momento con la sonrisa del «todo irá bien». Solo por eso ya tendríamos que ser conscientes del importante valor que tiene, para toda sociedad, el patrimonio de la edad, sabiduría y experiencia.

En las llanuras del Serengueti estudié a un grupo de leonas muy peculiar. La más vieja presentaba la amputación de una pata. El muñón llevaba años cicatrizado. ¿Por qué no la habían abandonado? ¿Por qué la esperaban a pesar de ralentizar la marcha con sus continuas paradas jadeantes? Pues porque era la experta. Lo conocía todo sobre la caza y conducía al resto hasta la obtención de presas capaces de permitir la supervivencia de las crías. Lo mismo hemos podido observar en los restos fósiles de un neandertal hallado en Shanidar (Irak). El anciano –40 años en el Paleolítico era una edad muy longeva– fue cuidado por sus compañeros; en el momento de ser enterrado presentaba grave cojera, la amputación de medio brazo y sordera. Lejos de resultar despiadados homínidos, nuestros ancestros veneraron a sus mayores. Algo que sigo viendo en los ambientes rurales de África. 'Mama' y 'mzee' son dos bellas palabras suajili que, asignadas a mujeres y hombres de la tercera edad, merecen el mayor de los respetos.

Sé que es difícil rectificar; ya nadie devolverá la vida a los que, una vez más, sin quejarse, se han ido. A los que quedan, por favor, escuchémosles y actuemos. No podemos perderles... más cuando, algún día, seremos tan viejas y viejos como ellos; pero solo en edad, no en valor.

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