TRAMPA MORTAL

"Cuando entramos en las residencias de ancianos, había pasado un tsunami"

Coronavirus: un tsunami en las residencias

Dos enfermeras del CAP Manso realizan pruebas PCR en residencias de ancianos de Barcelona, este jueves. / periodico

Beatriz Pérez

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"Hay cosas que no se comprenden", musita Dolors, de 87 años y una de las ancianas de la Residència Geriàtrica La Pau, en Barcelona. Un equipo de cuatro personas (dos enfermeras y dos periodistas), cubiertos con equipos de protección individual (epis) y cuyas caras son casi imposibles de reconocer, irrumpe en el centro para realizar pruebas PCR y serológicas de coronavirus. Una trabajadora social de La Pau se contagió del virus y por eso hay que testar a cuatro ancianos, aunque de momento ninguno ha presentado síntomas.

Las residencias de mayores, que ya arrastraban precariedad en medios y personal, han sido la trampa mortal de esta pandemia, la vergüenza de la gestión política de esta crisis sanitaria. A falta de datos oficiales del Ministerio de Sanidad, son las comunidades autónomas las que reportan las cifras de muertes. En Catalunya han fallecido, a fecha de 14 de mayo, 3.381 personas en residencias (lo que supone el 52% del total de contagiados) y en la Comunidad de Madrid, la otra autonomía más golpeada por la crisis, más de 5.880 ancianos (el 67% del total). La gestión de los geriátricos es una competencia transferida. Muchos de los ancianos con covid-19 no fueron trasladados al hospital y acabaron muriendo en sus residencias: la diana perfecta de este virus mortal. La Fiscalía mantiene abiertas 140 investigaciones penales a residencias de toda España.

También a los geriátricos llegaron tarde las PCR. En Catalunya comenzaron a realizarse cuando el Govern traspasó la gestión de las residencias de ancianos a la <strong>Conselleria de Salut, </strong>que hasta entonces estaba en las manos de Afers Socials, tras las críticas hacia este último departamento. "Yo no tengo miedo. Estoy aquí, resistiendo. No sabíamos nada hasta que vosotros entrasteis así", dice Dolors. Arsenio, de 91 años, es otro de los residentes de La Pau. "Estoy contento por los años cumplidos", asegura mientras muestra su colección de dibujos. "No tengo ningún miedo al virus, pero hasta que no esté todo arreglado no pienso salir", dice este salmantino que vive en Barcelona desde 1953. Le gusta ir al cine y a los museos. No tiene familia en Catalunya, únicamente una sobrina que vive en Madrid. "Solo pido que me dejen caminar y hacer lo que me gusta".

Trabajar "con miedo"

Pilar Llarch es, desde hace 27 años, la directora de la Residència Geriàtrica La Pau, donde actualmente hay 17 ancianos. Cerró las puertas a los familiares al comienzo de la epidemia, cuando las noticias del covid-19 comenzaron a ser alarmantes. No ha tenido ningún contagio, solo el de esa trabajadora social que además trabaja en otros centros. "Hemos trabajado con miedo. Yo tuve que comprar guantes, mascarillas, batas. Suerte que ha habido donaciones. Hemos vivido con mucha tensión. Cuando veía que en otras residencias moría tanta gente, pensaba: 'Madre de Dios, si me entra aquí el virus, se me van todos'", relata. Gran parte de sus usuarios tienen alzhéimer u otros tipos de demencia. "Tuvimos una señora diabética que se puso muy mal. Llamamos al hospital para derivarla, pero nos dijeron que no, que vendrían ellos a curarla. Después de mucho batallar, se la llevaron, pero acabó muriendo, aunque no por el virus". Sufrió, además, por su madre: una anciana de 106 años que vive también en La Pau.

Llarch reconoce que la situación en su residencia comenzó a mejorar cuando Salut tomó las riendas de la gestión. "Hace un mes que el Servei Català de la Salut (CatSalut) nos envía material y ahora estamos más tranquilos". Y aprovecha para denunciar de nuevo la precariedad de las residencias de ancianos. "Hablan como si fuéramos nosotros los culpables de que fallezcan, pero nos hacen realizar un trabajo que no nos corresponde. Esto les tocaría a los sociosanitarios. De todo esto deberían salir, además de un cambio de protocolos, residencias especializadas en personas con demencia. Aquí tengo a muchos ancianos con demencia, pero no todos la tienen", apunta.

Pruebas PCR masivas

El cambio de gestión de las residencias supuso <strong>un antes y un después</strong> en estos centros. Bajo el mando de Salut, la atención primaria, la puerta de entrada al sistema, ponía un pie en los geriátricos. Era algo que el sector pedía desde hacía 10 años. Otro de los problemas de esta crisis sanitaria fue que muchos cuidadores de ancianos también se contagiaron y gran parte no fue sustituida: poca gente estaba dispuesta a trabajar en un sector tan mal pagado.

"La primaria ha jugado el papel de contención del virus: ha evitado que mucha gente fuera a los hospitales y que estos se colapsaran", sostiene Susana Rodríguez, enfermera de familia en el centro de atención primaria (CAP) Manso de Barcelona. Junto a su compañera Elisabet Fontova, enfermera adjunta del mismo CAP, realiza PCR en residencias de mayores. "Esta contención se ha basado en el seguimiento de los casos más leves, sobre todo a través del teléfono. Seguramente, sin esto, habría habido más contagios", añade.

Hace unas tres semanas que se están realizando estas pruebas. "Hasta que no entramos en las residencias no supimos lo que estaba pasando. En algunas el virus no había entrado, otras habían tenido varias muertes. Pero la sensación es de que había pasado un tsunami", dice Fontova. "Cuando llegamos sentí que necesitaban que alguien los escuchara. Estaban un poco perdidos. Les habían faltado epis, se habían sentido solos. Nosotras empezamos a hacer cosas, como pruebas", comenta después de realizar más tests en la residencia Sidi Bel, con 24 usuarios.

La atención primaria jugará también un papel fundamental en el desconfinamiento. "Ahora, por fin, tenemos PCR para hacerles a los sintomáticos. Antes hacíamos contención, seguimiento telefónico y nos guiábamos por la sintomatología. Pero ahora sabremos exactamente qué cantidad de pacientes están infectados", dice Fontova. Hasta ahora todas las fiebres y toses eran tratadas como si fueran coronavirus.

Tras estos dos meses de "incertidumbre" y "miedo" de contagiar a sus familias, estas dos enfermeras esperan que la sociedad valore, a partir de ahora, el papel de la sanidad pública. Y también de la enfermería: "Nuestra tarea es imprescindible, somos las cuidadoras por excelencia", afirman. Y, por último, piden que la ciudadanía no olvide. "Me gustaría que, cuando esto pase y dejen de aplaudirnos, tengan en cuenta lo sucedido a la hora de votar. Que voten partidos que defiendan la sanidad pública", reivindica Fontova.

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