Sant Jortdi confinado

Mal momento para la diversidad

Aunque esta crisis ha hecho que nos demos cuenta de la fragilidad del comercio de proximidad, también la gente puede haber creído que todas las librerías son iguales

Un trabajador de Laie prepara la librería de la calle de Pau Claris de Barcelona para la reapertura parcial que se inicia el 4 de abril, este miércoles

Un trabajador de Laie prepara la librería de la calle de Pau Claris de Barcelona para la reapertura parcial que se inicia el 4 de abril, este miércoles / periodico

Isabel Sucunza

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Escribo esto en la librería, entre dos mesas llenas de pilas de libros: a mi izquierda los que nos han comprado a nosotros directamente vía mail; a mi derecha los de los pedidos que hemos recibido por otras vías de gente que había indicado que ya vendría a buscar los libros a la Calders. Excepto tres o cuatro títulos ('Canto jo i la muntanya balla', 'Cavalcarem tota la nit', 'Boulder', 'Atrapa la llebre') que están, y abundantemente, en las dos mesas, la mesa de la izquierda no se parece en nada a la de la derecha. Y al revés, claro.

De hecho, la mesa de la derecha no se parece nada a nuestra librería. La miro y es como si hubiéramos cambiado de cocinero, de decorador, de peluquero, de director de escena… Como si hubiésemos cambiado de libreros, vaya.

Que Sant Jordi era una apisonadora es una cosa que ya sabíamos; ahora también sabemos que incluso en tiempo de crisis, la Diada mantiene esta característica tan suya. Días antes de cualquier 23 de abril, previendo que aquella semana no podremos atender a cada cliente con la atención con la que lo hacemos habitualmente, pedimos a las distribuidoras y ponemos a la vista libros que, bien por desconocimiento, bien porque no nos parece que encajen ni con nosotros ni con los gustos de nuestros clientes habituales, nunca tendríamos destacados en las mesas. Suelen ser libros que ya vienen recomendados al por mayor, es decir, para todo el mundo sin saber los gustos de quien recibe la recomendación, por los medios de comunicación. Son la venta fácil, porque son los libros que compraría alguien que, no siendo asiduo de las librerías, un día tiene que comprar uno, y entonces, claro, tira del nombre que le suena más. El fenómeno vendría a ser el mismo que lo que pasa por Navidad con el cava Freixenet.

El volumen de ventas de Sant Jordi es grande, la afluencia de gente a la librería se multiplica, los libreros no damos abasto y una manera de agilizar las cosas es facilitar que quien entre encuentre lo que busca con facilidad; por eso entramos en este juego que implica dejar de lado durante unos días una cosa que a todas las librerías nos cuesta mucho trabajo construir y asentar: nuestro carácter, nuestra particularidad.

Es un hecho que hay tantas librerías como libreros (como libreros, quiero decir, no como empleados temporales), igual que también lo es, o eso parece, que en situaciones de crisis esta diversidad es lo primero que amenaza con desaparecer. Esta última situación excepcional ha sido muy extrema y si bien ha propiciado que muchos se hayan dado cuenta de la fragilidad del comercio de proximidad y hayan reaccionado acudiendo a él, puede que también haya hecho que mucha gente se haya quedado con la idea de que todas las librerías son iguales, que en todas se pueden encontrar los mismos libros.

Es una cuestión de diversidad, y tengo la sensación de que con esta crisis, por este lado, hemos salido perdiendo todos.