IDEAS

Un sueño angustioso

El Teatre Borràs, cerrado por la crisis del coronavirus.

El Teatre Borràs, cerrado por la crisis del coronavirus. / periodico

Josep Maria Pou

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Ayer tuve un sueño. No como el de Luther King. No de alcance universal, ni mucho menos. El mío, íntimo y personal,no abarca más allá de las cuatro esquinas de mi cama. Si lo comparto ahora es porque pienso que ahí afuera, tras el reflejo de esa pantalla o al doblar de esa página impresa en las que me están leyendo,puede haber compañeros de oficio con sueños parecidos al mío a los que ayude saber que no están solos. Y que no están locos. Porque lo que para algunos es solo una curiosa alucinación, para muchos esun sueño recurrente, cuando no una espeluznante pesadilla.

Soñé que me encontraba en una calle poco transitada, una especie de callejón 'cul-de-sac' en el que se adivinaba, al fondo, la fachada de un teatro con sus luces de neón y sus reclamos de colores. Se me alegraba la cara como a un niño en día de Reyes. Corría esperanzado hasta plantarme a tres pasos del lugar. Ante mí, enorme, la puerta de entrada. Y sobre el cristal las letras que invitaban: «Empujar». Pero en el mismo momento en que yo estiraba el brazo para la acción, la fachada entera se retiraba de golpe, reculaba con estruendo,para quedarse de nuevo quieta, pétrea, seductora, unos metros más allá. Digo metros y no acierto, porque la distancia que nos separaba no era cuestión de longitud, sino de tiempo. Ese teatro no se alejaba de mí metro a metro, sino día a día, semana a semana, mes tras mes. Pasado el susto, superado el pasmo, nueva intentona. Y de nuevo, con igual barahunda, el retroceso. Así una y otra vez. Estiraba yo el brazo hasta el límite de su elasticidad y cuando me encontraba ya tocando casi la puerta con la punta de los dedos ésta se revolvía, furiosa, y de un salto retrocedía estirando más y más el calendario. 

La angustia del sueño, por terrible que parezca, no supera la angustia de la realidad: la de los teatros cerrados, los contratos perdidos, el abandono; la de la incertidumbre y el qué será mañana; la de devolver a la actividad y el cuándo, cómo y dónde.Y la de darse cuenta, en definitiva, de que más allá de la vocación, del glamur, de los flashes y del sursum corda, este oficio consiste, como todos, en llevar un salario a casa y poder poner un plato en la mesa.