Análisis
¿Adónde va Pablo Casado?
En momentos tan dramáticos lo razonable es ponerse detrás del Gobierno en lugar de señalarlo como el responsable de los miles de muertos
En la sesión del pasado jueves en el Congreso, Pablo Casado al inicio de su intervención repitió sin citarlo, las palabras que el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba utilizó dos días después del atentado yihadista en Atocha, el 11 de marzo de 2004, “los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, merecen un Gobierno que les diga siempre la verdad”. Fue una frase demoledora ante la evidencia de que el Ejecutivo de José María Aznar insistía en atribuir el atentado a ETA por razones puramente electorales. El PP nunca ha reconocido abiertamente que fue un error, aunque esa manipulación le supuso una severa derrota electoral. Que ahora Casado no haya tenido reparos en hacer suyas esas hirientes palabras, es un reconocimiento indirecto de que su partido mintió hace más de tres lustros, pero sobre todo un intento de marcar para siempre a Pedro Sánchez con esa misma acusación.
Se trata de un disparate porque no hay ningún paralelismo entre la torticera gestión gubernamental tras el atentado del 11-M con la crisis actual por muchos fallos que se quieran imputar al Ejecutivo de izquierdas. El coronavirus no es un problema español sino planetario. La imprevisión ante la amenaza de una pandemia inimaginable para los europeos ha sido general y ya habrá tiempo cuando se supere la emergencia sanitaria para analizar posibles negligencias. En momentos tan dramáticos lo razonable es ponerse detrás del Gobierno en lugar de señalarlo como el responsable de los miles de muertos. Es feo intentar sacar rédito electoral en medio de unas circunstancias tan angustiosas para la ciudadanía. Pero es también un error estratégico porque la pandemia será derrotada más pronto que tarde y el PP debería poder compartir ese éxito colectivo. Además, los conservadores no plantean un plan sanitario alternativo ni un confinamiento distinto que suponga la parálisis de toda la actividad económica no esencial. En realidad, Casado no ha sabido explicar en el Congreso qué haría diferente de Sánchez con el estado de alarma que ha apoyado. Finalmente, su partido es el responsable de la gestión sanitaria en diversas comunidades autónomas, particularmente de Madrid, epicentro de la pandemia en España y donde el desastre en las residencias de ancianos supera incluso al de Catalunya.
Es imposible que una crisis sanitaria y socioeconómica tan profunda no acabe pasando antes o después factura a quien está al frente del país. Pero Casado no ha querido esperarse a recoger esos frutos y ha optado por una descalificación radical y grosera del Gobierno en competencia directa con Vox. Esa misma estrategia le lleva a despreciar la propuesta de Sánchez por un gran acuerdo nacional tras la pandemia. Aunque esa oferta no fuese sincera y el líder conservador pueda reprocharle con razón que no le llama, o la unilateralidad de determinas decisiones, sorprende su torpeza en aparecer como boicoteador. Es incomprensible su deseo de quedarse fuera de juego para desconcierto de los sectores económicos y empresariales que tradicionalmente han confiado en el PP y que ahora deben preguntarse adónde va Casado.
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