Despedida

Benet i Jornet, el grande

Josep M. Benet i Jornet.

Josep M. Benet i Jornet.

Care Santos

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Conocí a <strong>Josep Maria Benet i Jornet</strong> en julio de 1990. Yo tenía veinte años y trabajaba como periodista en un diario hoy desaparecido. Él era un dramaturgo consagrado y en plena forma: aún no había digerido el estreno de una comedia en el Teatre Lliure y ya estaba pensando en los ensayos de 'Desig' -una obra que decía haber escrito en tres meses- en el Romea. En nuestra conversación hablamos del gusanillo del teatro, del proceso creativo, de escribir como quien construye casas, de palabras sobrantes, de Alfred Hitchcock, de verosimilitud y de nuevas generaciones. La entrevista se publicó a página completa y salió ilustrada con una fotografía de él ante su biblioteca, en un posado que hoy me parece estudiadísimo. Posado de autor que se ha dejado retratar mil veces y que sabe qué gesto poner ante el enésimo fotógrafo. Reparo que se le ve muy joven. Tenía 50 años, justo la edad que yo tengo hoy.

De aquella conversación recuerdo también, claro está, lo que no publiqué. La biblioteca que recorría todo un lado de aquel pasillo del piso del Eixample, una habitación soleada en un extremo, con vistas a la calle, un café, dos butacas donde nos sentamos. Y recuerdo que antes de irme, con la grabadora apagada y ninguna vergüenza me atreví a decirle: "Yo también". Qué adverbio tan osado. "Yo también escribo, señor Benet".  

Benet i Jornet fue un precursor, un autor en catalán en las tinieblas del franquismo, un atrevido, un renovador de la escena, un inconformista trabajador, un curioso que cató la televisión para conseguir que los catalanes dejáramos de ver series inglesas y nos engancháramos a telenovelas que ocurrían en el Poblenou barcelonés o en el centro de Girona. Un nombre imprescindible. <strong>Un grande.</strong>

Como todos los grandes, fue generoso con aquella jovencita repelente: me dio consejos (que aproveché), se interesó, me trató como si realmente entre él y yo no existiera un abismo. Me trató como si en ese momento fuera cierto que 'yo también'. Es decir, me dio una lección muy importante, que no he olvidado. Es decir, me educó. En el mejor sentido de la palabra. En el único.