Muerte o ruina

Recordar por qué lo hicimos

Hemos decidido arruinar conscientemente y a fondo el país a cambio de salvar vidas

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Josep Martí Blanch

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Como las opiniones públicas son tan volátiles como los mercados es probable que para cuando recibamos la factura con el coste total del frente de guerra contra el covid-19 la consideremos desproporcionada e injusta. Nos preguntaremos incluso por qué diantres hemos de abonarla si, a lo máximo, solo seremos culpables de haber salvado vidas y aliviar sufrimiento. Quedarán en un segundo plano, en ese futuro que deseamos no muy lejano, las estadísticas sobre infectados, curados y fallecidos. Las portadas y las tertulias se desplazarán hasta quedar absolutamente centradas en el número de parados, empresas cerradas e imposibilidad de atender con solvencia por parte de las administraciones las necesidades básicas de los más necesitados económicamente.

En previsión de ese escenario circula ya entre economistas y opinadores el póquer de recetas para aliviar los efectos del Armagedón económico: el 'New Deal' de Roosevelt, el 'plan Marshall', el dinero helicóptero y los eurobonos. Estas son las cartas que se ponen encima de la mesa para minorizar las externalidades negativas de las decisiones presentes, consistentes en arruinar conscientemente y a fondo el país a cambio de salvar vidas.

No hay juicio de valor en esta última afirmación. Solo la anotación fría y sin aliño de cómo hemos resuelto el endiablado dilema sobre la elección de costes que nos ha planteado el covid-19. Que los referentes utilizados para dibujar los planes de contingencia económicos que vamos a necesitar sean la Gran Depresión de hace un siglo o la desolada Europa de recién terminada la segunda guerra mundial dan muestra de lo negro que se adivina el futuro entre los que saben de lo que hablan.

Acumulación de deuda

La velocidad a la que vamos a empobrecernos, individual y colectivamente, es la suma de la riqueza que vamos a dejar de producir, la que vamos a fundirnos para seguir atendiendo las necesidades de siempre y las nuevas, más el añadido de las deudas que acumularemos en tanto que no nos alcance lo que teníamos en los bolsillos. Las causas para explicar una crisis pueden ser múltiples pero las consecuencias siempre son las mismas: empobrecimiento. Vale para los estados y vale para las personas.

Si hablamos de individuos, junto a las campañas institucionales de quedarse en casa y lavarse las manos debiera haber otras que adivinando el futuro serían igual de necesarias y convenientes ante lo que el futuro más cercano nos tiene preparado. Una, por ejemplo, podría ser en favor del ahorro por lo que pueda venir y otra podría aconsejar no firmar créditos. Cuando un Gobierno prohíbe despedir, o lo intenta, da pistas sobre la cantidad de parados que espera que se nos vengan encima. Y junto a ellos -o nosotros- todo lo demás y nada bueno.

En el plano colectivo, cada Estado se defenderá con lo que tiene. El suyo, que es el mío, tiene un margen de maniobra bastante limitado para embarcarse en operaciones extraordinarias, como lo sería el hacer despegar helicópteros cargados de billetes con los que regar todos los bolsillos. Por eso andamos exigiendo a la Europa protestante que ceda y se hagan realidad los eurobonos, que es una manera de pedir prestado repartiendo la carga de lo debido con gente más solvente. No nos basta ya con que el Banco Central Europeo nos compre la deuda o que el Pacto de Estabilidad que limitaba el déficit haya saltado por los aires con el beneplácito de la Comisión. Exigimos tomar prestado compartiendo riesgos con países que no tienen esa necesidad, porque su solvencia es mayor. Así que es improbable que accedan, salvo que alcancen el mismo nivel de necesidad que nosotros. Para cuando eso pase, si pasa, habrá transcurrido un tiempo incompatible con la urgencia que vamos a vivir. La gente inteligente no avala créditos de terceros si no puede sacar nada a cambio. En lugar de eso, más bien da buenos consejos. Ahí va uno, también aprovechable en el ámbito privado: si usted necesita avales más allá del suyo propio es que en realidad no se lo puede permitir.

Siempre nos quedará el rescate, que a la práctica supondrá exigencias, reformas que no van a gustar y un programa de gobierno que, de entrada, añadirá presión a un Gobierno aferrado al relato que los recortes son cosa del pasado y que, ahora sí que sí, íbamos a vivir una nueva época de robustecimiento del Estado del bienestar. La realidad, esta vez empujada por un virus y las decisiones tomadas para combatirlo, va a superponerse al relato.

Acordémonos dentro de unos meses de por qué decidimos lo que decidimos a pesar de saber cuáles serían las consecuencias. Será, aunque puede que ni así, la única manera de soportarlo.