La gestión de la epidemia
Si la solución fuera fácil, no sería una crisis
La confusión que ha marcado el parón total de la economía española demuestra que tenían razón quienes afirmaban que tal demanda funcionaba más como un reclamo publicitario que como una decisión operativa
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
Se olvida con frecuencia, más en este país lleno de profetas del pasado y expertos del día después, pero el titular refleja un principio básico para reconocer y gobernar con acierto una crisis. La alarma crítica se extiende cuando una mayoría se siente directamente amenazada, no tiene una idea clara sobre qué puede pasar si esa amenaza se cumple y percibe que el tiempo para hacer algo se agota. Cualquier experto en gestión de crisis les descompondrá su trabajo en tres tareas primarias: neutralizar la amenaza, despejar la incertidumbre y desactivar la urgencia. En esta emergencia sanitaria nos enfrentamos a una amenaza doble: el contagio y su incierto tratamiento, desconocemos las dimensiones exactas de la pandemia y sus consecuencias para nuestro sistema sanitario o nuestra economía y cada día que pasamos en confinamiento aumenta la sensación de que un tiempo precioso se nos escapa entre los dedos.
Por cuanto interesa a la neutralización de la amenaza, la gestión del Gobierno se ocupó primero en lidiar con el riesgo efectivo del contagio, imponiendo medidas de confinamiento progresivamente más estrictas. Ahora concentra sus esfuerzos en ahuyentar el <strong>temor a un colapso del sistema sanitario </strong>que impida tratar adecuadamente a las víctimas. Puede y deberán discutirse los tiempos de reacción, la previsión en el acopio de medios o el acierto en la distribución; pero parece claro que el Ejecutivo ha hecho básicamente lo que tenía que hacer.
Respecto a la gestión de la incertidumbre, el gabinete de Pedro Sánchez ha asumido un esfuerzo por suministrar información veraz a través de portavoces técnicos, aunque parte de ese acierto se ha visto empañado por la cacofonía añadida en comparecencias perfectamente prescindibles de ministros y responsables políticos. Pocos países cuentan los contagios y los muertos con la honestidad de España, especialmente si la comparamos con la frialdad con que el norte de Europa esta enterrando casi en la clandestinidad a sus mayores muertos. Hoy ya todos somos expertos en la curva y cómo aplanarla, un éxito innegable de Fernando Simóny el Ejecutivo que le ha nombrado.
En cambio, el manejo de la incertidumbre económica se ha ido degradando con el paso de los días. Ante una crisis suelen aparecer dos tipos de gestores: quienes quieren arreglarlo y quienes quieren tener una buena excusa para el día después. Una de las claves del éxito reside en que los primeros no cedan ante las presiones de los segundos. La confusión que ha marcado el <strong>parón total de la economía española</strong> demuestra que tenían razón quienes afirmaban que tal demanda funcionaba más como un reclamo publicitario que como una decisión operativa. No se trata de elegir entre salud y economía. Se debe escoger lo más operativo y menos dañino para la logística clave en la solución de la emergencia. El exuberante volumen de excepciones que recoge y seguirá recogiendo el decreto del Gobierno lo prueba.
La gestión del tiempo supone siempre la cuestión más delicada durante una crisis. Resulta tentador acortar o alargar artificialmente cuánto falta para volver a la rutina. Tomar la Semana Santa como referencia para explicar el confinamiento o el cierre económico conecta con un elemento simbólico que todos entendemos. Solo presenta un problema: marcas un plazo; justo lo primero que los expertos aconsejan evitar durante una crisis; aunque no olviden que casi nadie sabe mucho de crisis porque pocos gestores sobreviven a una. Ya lo dijo Oscar Wilde, experiencia es el nombre que damos a nuestros errores.
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