Futuro a ciegas

El jabón y el Titánic

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Josep Maria Pou

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Me obligo al optimismo. Pero no pudo negar que mirar hacia adelante me asusta. Es entrar en tierra incógnita. En el cercano y en el largo plazo. Doy por hecho que 'nada volverá a ser lo mismo'. Pero ¿qué será?, ¿cómo será? Soy incapaz de predecirlo y, si lo intento, estalla, se me rompe la bola de cristal, incapaz de contener los supuestos que se le acumulan. Cualquier escenario se me presenta vacío. No digo negro, digo vacío. Y ahí sí, lo reconozco, se me cuela una ración de optimismo. Porque mientras lo negro y oscuro me impide avanzar -me aterra caminar a ciegas-, ante un espacio vacío me siento llamado a la acción, a empezar a llenarlo, a arremangarme y poner manos a la obra. Costumbre de mi oficio, supongo.

Frente a un futuro que no acierto a imaginar emprendo viaje hacia el pasado y me detengo en dos momentos: uno muy lejano y otro tan cercano, tan reciente, que basta con un salto de tres meses. Estamos en la última Nochevieja, celebrando la llegada del 2020, brindado todos -fiesta, cava, champán, serpentinas y jolgorio-, por el nuevo año y llenándonos la boca de buenos deseos, ignorantes de que ese mismo día la Comisión Municipal de Salud de la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei, China) informaba por primera vez de la presencia de 27 casos de una neumonía de origen desconocido. Eso en Wuhan. Aquí, en esa noche del 31, madrugada del 1, nos movíamos todos, felices, al son de la orquesta, sin saber que estábamos bailando a bordo del 'Titánic'. Sorprende, cuando menos, recordarlo.

El otro momento, el más lejano, se pierde entre la historia y la leyenda. Ocurrió en aquellas sociedades primitivas que pedían socorro a sus males sacrificando animales a los dioses. Por lo visto, el agua de la lluvia arrastraba las cenizas y la grasa resultante de esos sacrificios y las depositaba en los ríos cercanos, donde se formaba una espuma que tenía la virtud de limpiar la piel y la ropa.

Mientras cumplo hoy con el rito de lavarme las manos no puedo dejar de pensar en ese descubrimiento del jabón -¿la respuesta de los dioses?- y en las dos palabras que se conjugaban ya en aquel rito de entonces: sacrificio y esperanza.