Situación límite

El poder, sin empatía

En lugar de compartir las penas, cada cual a su puesto, unos con la vara más alta que nunca y el resto ya se sabe. Bajo la capa protectora del Estado, la pulsión del poder sin fisuras que aprovecha para blindarse

coronavirus. Calle vacía frente a al Estación de França, en Barcelona

coronavirus. Calle vacía frente a al Estación de França, en Barcelona / periodico

Xavier Bru de Sala

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Mucha arrogancia, cero empatía. Ahí está el denominador común del poder ante el covid-19. Esta crisis sanitaria, económica y social conlleva un efecto, que puede ser devastador, en el incremento de la distancia entre los que mandan y los que son mandados. Unos en palacios y otros acorralados en pisos que se tornan jaulas. En lugar de mostrar las debilidades, las graves limitaciones para hacer frente al virus, soberbia. Tras las proclamas de unidad, la exigencia de la obediencia más estricta. A Pedro Sánchez le gusta demasiado mandar y en vez de disimular luce sin pudor la gabardina del exhibicionista bajo la cual vuelve a sonreír el terrible rostro de Leviatán. Por si fuera poco, y dejando de lado la herencia que nunca se va a quitar de encima, Felipe VI es uno de los reyes más altivos y fríos de la historia de Europa. En vez de proximidad, distancia. En lugar de compartir las penas, cada cual a su puesto, unos con la vara más alta que nunca y el resto ya se sabe. Bajo la capa protectora del Estado, la pulsión del poder sin fisuras que aprovecha para blindarse.

Al otro lado de este foso emocional que los de arriba ensanchan y profundizan sin cesar, los condenados a obedecer, claro que por su bien como en tiempos de dictadura patriarcal, hacen nacer y crecer un sentimiento, tal vez no de solidaridad, pero sí de comprensión y de hermandad. Compañeros de adversidad encerrados, enclaustrados, temerosos, sobre todo angustiados por la incertidumbre, sienten el peso de la carga mientras, tal vez injustamente, contemplan a quienes imponen las medidas como una añadidura a este mismo peso. Es el resultado de una insensibilidad que llega a gélida cuando lo que más necesita la gente es calor.

El binomio querer y temer sobre el que se sostiene el poder ya dejó de operar. El concepto de liderazgo ha quedado vacío de significado. No hay político que pueda repetir el conjuro del poeta Celaya, "siento en mí a cuantos sufren". Las nada deseables consecuencias, después de la crisis.