Las dos debilidades de Puigdemont
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
Baño de masas en Perpiñán, adhesiones de gente de izquierdas, encarnación del legitimismo, éxitos ante la justicia europea contra la española, intensa y efectiva campaña de descrédito por la 'rendición' de Junqueras, sondeos al alza... Carles Puigdemont dispone de buenas cartas para afrontar el reto de superar de nuevo a ERC. Pero también las tiene malas. Hay por lo menos dos que le restan posibilidades. La segunda, que en Madrid no tiene fuerza para tumbar al gobierno de Pedro Sánchez. Sus diputados pueden llamar más o menos la atención pero son irrelevantes tanto a la hora de formar mayorías como a la de impedirlas. La primera, la que más le duele, la que de verdad puede amargarle las perspectivas de triunfo, se llamaba CDC, partido donde militaba, y se llama PDECat, partido donde milita.
El partido de los Pujol, el del 3%, el del "peix al cove" que terminó pidiendo la luna en el mismo cesto, el partido reconvertido en falso, es un lastre sin el cual es muy probable, por no decir seguro, que JxCat reeditaría hegemonía. Por si fura poco, el PDECat rebosa de partidarios del diálogo posibilista y de dirigentes, entre ellos Artur Mas, que están a favor del neo autonomismo aunque sea provisional, en contra de la unilateralidad y más en contra aún de usar la Generalitat como bastión de la resistencia y ariete del procés. En consecuencia, buena parte de la granizada de críticas de los partidarios y los criptopartidarios de Puigdemont a los supuestos traidores de Junqueras impacta contra el tejado de JxCat en beneficio de la CUP. Haber tratado de doblegar y moldear el PDECat a la voluntad de dominio de Bruselas en vez de renegar de él ha sido pues un grave error de cálculo. Pensaba que sumaba y resulta que resta. Si no fuera porque teme a Artur Mas, Puigdemont aún sería capaz de rectificar y dar el portazo que algunos de sus fervientes le reclaman.
La vía para aminorar la otra debilidad, o sea la falta de efectivos numéricos para tumbar al gobierno y provocar no el colapso de España como pretenden sino un gobierno de coalición entra la derecha y la extrema derecha como parece que prefieren, se llama mesa de diálogo. Mejor dicho fracaso, o al menos grave descrédito, de la mesa de diálogo. Si, en efecto, se combinara en pocos meses la sensación de que el PSOE es incapaz de ofrecer nada que mejore la situación con una humillación electoral de Esquerra, parece fácil deducir que Junqueras se vería forzado a cambiar la estrategia del diálogo y el mal menor por la de la sumisión a Bruselas y la confrontación con Madrid. En este sentido, el calendario juega en contra de Puigdemont, porque los resultados del diálogo no se verán a corto plazo. Sin embargo, ERC ayuda a su rival cuando exhibe temblor de piernas en vez de reafirmar con contundencia la continuidad de la mesa y un gobierno de la Generalitat favorable al diálogo, sea cual sea el resultado electoral. Si Puigdemont vence no será sólo por sus buenas cartas sino porque Junqueras se achica a la defensiva en vez de jugar a fondo las suyas. Bonita forma de dejarse ganar.
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