La nueva movilidad
Admnisitrativitis paralizadora
Quizá cuando por fin las normas sobre el patinete eléctrico salgan del horno ya no habrá compañías dispuestas a jugársela
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
Haber sido una capital, con una tan dilatada tradición anarquizante y contraria a la verticalidad, nos lleva, por la maldita ley del péndulo, a caer en el otro extremo. El objetivo municipal de regular es en sí mismo loable. Si sin normas comunes no se puede convivir ni en un pueblecito, es evidente que el caos reinaría, y ha reinado, allí donde no hay normas o no son respetadas. Ahora bien, de ahí a requisar miles de patinetes compartidos y retenerlos hasta que se aprueben unas ordenanzas que se eternizan en el horno de las dudas y sufren retraso tras retraso media un abismo, el que nos separa de las ciudades avanzadas, sin miedo a la innovación, las que primero dejan hacer y después, según las consecuencias, ponen solo orden donde es imprescindible.
La administración municipal barcelonesa, hija del despotismo ilustrado maragalliano, se muestra tan obsesionada a no perder el control que provoca parálisis. En el periodo de consumismo navideño, las altas previsiones de venta de patinetes y otros vehículos portátiles eléctricos unipersonales se vinieron abajo. Ante las dudas de si podrían circular o por dónde podrían hacerlo, decenas de miles de ciudadanos se abstuvieron de probar la nueva golosina, rápida, asequible y efectiva. Tanto particular como compartido, es clamorosa por comparación la ausencia de los nuevos sistemas de transporte, más prácticos que los anteriores, los que tienen en común que ocupan poco espacio. Parece que el temor a la innovación va para largo. Compartir es una solución más práctica y menos contaminante. Desplazarse en los nuevos vehículos eléctricos y portátiles es una óptima solución. Las dos incógnitas, el lugar donde deben ser aparcados y los espacios de circulación, si deben ser los párkings reservados y los lugares por donde pasen segregados, son relativamente fáciles de regular, y aún mas de desregular de entrada e ir reaccionando más tarde como hacen tantas otras ciudades que priorizan las ventajas sobre los inconvenientes. En Barcelona sucede lo contrario. Aquí, hasta que la autoridad, o los cargos técnicos que infunden tanto miedo y respeto a la autoridad, tengan claro lo que solo lo va estar con la práctica, se impone la represión en forma de multas o de expropiaciones, de manera que las empresas pioneras están cada vez más escaldadas. Quizá cuando por fin, quién sabe cuándo, las normas salgan del horno, ya no habrá compañías privadas dispuestas a jugársela.
Es preciso que Barcelona innove. El método de la prueba y la rectificación es, en casos como el que nos ocupa, el más efectivo. Una cierta permisividad es preferible a la prohibición total de facto, que es el pan de hoy y por lo que vamos sabiendo será también el de mañana, quien sabe si el de pasado mañana. En cualquier caso, si pisáramos el acelerador en materia de restringir los coches particulares, la ciudad ganaría suficiente espacio como para aparcar flotas de vehículos de todos tipo así como para facilitar su uso masivo y compartido, que es el más efectivo y barato para el usuario. También el más ecológico.
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