Tras la cancelación del MWC

Barcelona, a pesar de todo

La ciudad trabaja para proyectarse como auténtico 'hub' digital y tecnológico

Anna Cristeto

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Barcelona ha pasado la última semana sorteando una tras otra las renuncias de firmas tecnológicas a participar en el Mobile World Congress. Cuando se debería estar comentando las novedades y apuestas de multinacionales y 'start-up', la ciudad se despide del mayor acontecimiento de telefonía del año antes incluso de haber acogido a un solo congresista. En su lugar, el miedo al Covid-19 se ha contagiado como un virus a pesar de la valoración de las autoridades sanitarias españolas.

Lo importante es no caer en acusaciones estériles ni en el desánimo, escribía Antón Costas en su último artículo sobre las causas de la cancelación. El eco de algunas preguntas irresolutas se mantiene: ¿habría podido la GSMA actuar antes de anunciarse la primera baja?; ¿hubiera convenido un frente político más exigente? Interrogantes a los que se ha respondido con un cierre de filas institucional.

Todo el mundo asume la importancia de esta cita mundial. Este año, su impacto económico se ha desvanecido, pero las miradas están puestas ya en 2021. Quedan atrás las dudas que planteó la actual alcaldesa sobre cómo se organizaba el certamen cuando en el 2015 se hizo con la vara de mando del consistorio. Colau cuestionó en quién revertía los beneficios de la cita. Ahora, ha apostado por mantener el MWC del 2020, consciente de la proyección de la ciudad como polo tecnológico mundial.

La pérdida del Mobile es un capítulo más del nivel de estrés al que se ha sometido a Barcelona. Meses atrás, el  fuego, los altercados y los cortes de vías proyectaron una imagen de ciudad poco atractiva para el turismo y los negocios. La GSMA ha tratado de mantenerse al margen del ruido político del procés. Los desplantes al Rey en las cenas previas a las inauguración del congreso, motivados por el discurso del 3 de octubre, dieron la excusa para que el Gobierno de Rajoy dudara de Barcelona como sede de un evento de tal magnitud.

Nadie discute que el MWC tiene un poder de tracción imbatible y un evidente valor estratégico. Pero Barcelona es mucho más y debe preservar y potenciar un auténtico ecosistema digital y tecnológico que sobreviva a un eventual adiós de la cita de móviles cuando venza el acuerdo en el 2023. Quizá para entonces no sea el pánico a un virus lo que aleje el congreso sino el atractivo de otra ciudad. De momento, Barcelona coge el testigo de Ámsterdam y el año que viene acogerá la feria Integrated Systems Europe (ISE), con un impacto de unos 300 millones, según cifras de la 'conselleria' de Empresa.

El revés del Mobile ha propiciado que aflore el debate sobre el potencial de Barcelona y su papel como metrópolis. Desde Madrid, antes de la crisis del coronavirus, ya se generó una interesada disputa a cuenta del congreso. La capital del Estado se alimenta precisamente de un efecto capitalidad que le ha reportado gran concentración de poder. La fuerza centrípeta de la arquitectura institucional, política y financiera española no contribuye a una distribución más equitativa entre grandes ciudades.

En un momento en que surge de nuevo la idea de la cocapitalidad debe recordarse que Barcelona es ya un 'pool' cultural y científico y un referente en cuantiosos sectores empresariales. Su interés por albergar los Juegos de Invierno del 2030 es solo otro ejemplo. Desde aquí, no basta con asegurar que Catalunya es motor económico de España si se obvia que la Barcelona metropolitana lo es de Catalunya. Las instituciones deben mirar hacia adelante y superar diferencias políticas en cuestiones claves y permitir que Barcelona trace un rumbo claro. No puede fiarse todo a su resiliencia.