Soberanía tecnológica

La crisis del Mobile World Congress

Es necesario preguntarse si Barcelona tiene que operar solo como el recipiente del MWC o puede incidir en él para que la tecnología sea una herramienta para construir sociedades más democráticas y sostenibles

Presentación de la primera operación en el mundo con teleasistencia con tecnología 5G en un quirófano dentro del MWC

Presentación de la primera operación en el mundo con teleasistencia con tecnología 5G en un quirófano dentro del MWC / periodico

Gala Pin

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Ante la insistencia de la vicepresidenta Carmen Calvo de que el MWC no se ha suspendido por el coronavirus, sino por la cascada de empresas que han cancelado su asistencia, cabe no banalizar los efectos del virus, pero tampoco dejar pasar la ocasión para abrir debates necesarios en torno a la tecnología que promueve el MWC. En un momento en el que sabemos que la escandalosa participación de Cambridge Analytica propició la victoria de Trump (recordemos la multa de 5.000 millones de dólares a Facebook por la cesión de datos), que el uso de la tecnología y WhatsApp no han sido menores para llevar a Bolsonaro a la presidencia o que Google lee nuestros correos, cabe preguntarse qué tecnología propiciamos, para quién. Es necesario preguntarse si Barcelona tiene que operar solo como el recipiente del MWC o puede, desde el Gobierno, desde su ecosistema de empresas y centros de investigación, incidir en él para que la tecnología y su producción sean lo que tienen que ser: una herramienta de distribución de la riqueza al servicio de construir sociedades más democráticas y sostenibles.

La cancelación del MWC es, desde la perspectiva de la soberanía tecnológica, una oportunidad (una obligación) para abordar cómo impulsar la soberanía tecnológica desde la ciudad y la ciudadanía, cómo garantizar que tenemos la capacidad de decidir cómo queremos que se gestionen nuestros datos o que las tecnologías respeten derechos fundamentales. Más allá de retóricas vacías que apelan al 'humanismo' tecnológico, se trata de recuperar la soberanía. La soberanía de los datos, del 'software'; soberanía sobre la privacidad. Nuestro presente se compone de distopías del control, de una tecnología que determina la vida, el destino de la humanidad, y para ello ya no necesitamos la ciencia ficción: tenemos a las grandes empresas tecnológicas, muchas de ellas asiduas al MWC.

Hay que plantearse cómo el MWC puede dar juego a ese ecosistema de empresas tecnológicas locales que están trabajando con 'software' libre, potenciando la lógica de la cooperación, y estándares abiertos para promover una tecnología sobre la cual tengamos el control y no al revés. La inteligencia artificial está en plena efervescencia: el momento es ahora. Barcelona tiene la capacidad de generar espacios de trabajo entre universidades, empresas privadas, comunidades, desarrolladores/as, programadores/as que trabajen para fijar estándares universales sobre los algoritmos que se alimentan con los datos que producimos cada día, los datos que nutren los dispositivos de inteligencia artificial y que se recogen con los dispositivos que se exponen en el MWC. Abramos el debate. “Antes de que al 'software' se le atribuyera 'copyright', se utilizaba libremente en el campo de la ciencia. La ética de compartir el conocimiento [es] uno de sus aspectos claves”, decía David Arroyo Menéndez recientemente.

Barcelona será capital científica, así que ¿cómo no usar su evento tecnológico más importante para promover el 'software' libre, para potenciar un modelo de desarrollo tecnológico democrático y garantista con derechos digitales fundamentales? Esto supondría menos beneficios astronómicos para los monopolios tecnológicos y más redistribución entre empresas, cooperativas, autónomos que se dedican al desarrollo. Redistribuir la riqueza del MWC a modo de proteger nuestros datos, el petróleo del siglo XXI, unido al imperativo de mejorar las condiciones laborales de la feria del móvil y sus empresas participantes. Esto implicaría cambiar el modelo de 'fira' y diseñarlo de manera más acorde a la emergencia climática y la lógica de la cooperación, más que a la del crecimiento económico 'ad eternum'. Un modelo que, como ciudad, tenemos la potencia y la inteligencia para abordar de manera holística. También para revertirlo.