ANÁLISIS

No diga fútbol, diga Messi

Hace tiempo que el futuro de Leo está por encima del futuro del club, porque, en realidad,contiene el futuro del club

De Jong, Messi, Alba y Semedo, tras el gol de Lenglet en el Villamarín.

De Jong, Messi, Alba y Semedo, tras el gol de Lenglet en el Villamarín. / periodico

Jordi Puntí

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Hablamos y escribimos sobre Messi, elogiamos las virtudes de su juego y cantamos sus goles. Es, en cierta forma, una maniobra para sentirle cercano a través de la palabra, y acercarlo así a los lectores. Quizá por esta razón, por esa falsa proximidad del papel, esta semana varias personas me han preguntado qué hará Messi, si seguirá jugando en el Barça o se irá a fin de temporada. Estupor, temblores. La respuesta es, yo qué sé, y creo que no deberíamos haber llegado todavía a este punto. Pero ahí lo tienen: los aficionados están preocupados –y los rivales se frotan las manos.

Nos fijamos en la soledad de Messi sin Suárez, en su mirada perdida tras la derrota de Bilbao, en su esfuerzo por mantener la intensidad durante todo el partido... Y luego interpretamos todas esas señales en clave de equipo. Hace tiempo que el futuro de Messi ya está por encima del destino del club porque, en realidad, contiene el destino del club y mucho más: nuestra infelicidad si se va. Pero ¿cómo hemos llegado a esta situación?

En abril del 2010, pronto hará una década, Leo Messi dejó una de las actuaciones más celebradas de su carrera, quizá la primera de alcance planetario. La victoria del Barça en Champions contra el Arsenal, 4-1 en cuartos de final, se resolvió con cuatro goles del argentino y Arsène Wenger afirmando que era un jugador de PlayStation. Ese día, uno de los titulares más repetidos en la prensa hispana fue: "No diga fútbol, diga Messi".

Acostumbrados a su excelencia

En ese momento Messi era sobre todo la punta de lanza del equipo de Guardiola, y sus actuaciones brillaban con el juego colectivo. Llegaron los Balones de Oro, los récords, los títulos, más goles de museo. Con el tiempo todos nos acostumbramos a su excelencia y, con la excepción de la temporada del Tata MartinoMessi fue madurando más en su juego, en su influencia, de tal forma que incluso consiguió equilibrar la marcha de antiguos puntales del equipo: Xavi, Alves, Neymar, Iniesta...

Cada revés era un reto, y la maldición de la Champions –desde el 2015– se convertía en una quimera tan grande que convertía los títulos de liga en triunfos cotidianos, casi una rutina. En estos años, mientras la dimensión de Messi crecía, la del equipo perdía personalidad, acompañada por una dinámica de fichajes y decisiones discutibles por parte del área técnica y de la directiva. En los peores partidos, el equipo jugaba para Messi; en los mejores, Messi jugaba para todos, y es lícito preguntarnos si el paso de Valverde, con su dinámica conservadora, no intensificó la situación. Llegó un día en que el titular cambió por un matiz: "No diga Barça, diga Messi".

Y en estas llegamos a la nueva etapa con Quique Setién y su fe en un estilo de juego. Sin Suárez. Sin Dembélé. Sin delantero centro. Sin pretemporada. Pero con un Messi que, como ayer en el campo del Betis, poco a poco va encontrando de nuevo a sus aliados, jóvenes como Ansu FatiArthur De Jong, y que deben ser puntales para un nuevo juego colectivo. Ayer dejó tres asistencias y la alegría de ver que, cuando él falla, hay otros compañeros que también marcan.

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