Al contrataque
Internacional misógina
Es una novedad que quienes se benefician del dinero islamista sean ni más ni menos que quienes han construido buena parte de su discurso de odio contra el musulmán en base a su misoginia, tan distinta, dicen, de la suya propia
Najat El Hachmi
Escritora
Najat El Hachmi
A veces me despierto y me parece que vivo en la novela 'Sumisión' de <strong>Houellebecq</strong>. No porque vea posible que Francia o cualquier otro país europeo pueda llegar a ser gobernado por fundamentalistas islámicos, sino porque resulta ciertamente sorprendente la capacidad de algunos sectores de nuestra sociedad de dejarse llenar los bolsillos de petrodólares procedentes de regímenes teocráticos que oprimen sin compasión a su ciudadanía. Lo más verosímil de la novela es la actitud cínica del protagonista, que, al no tener principios de ningún tipo (llega a afirmar que la expresión “valores humanistas” le da ganas de vomitar) acaba convirtiéndose al islam. No por espiritualidad ni por una crisis existencial, más bien porque los sauditas que han comprado la Sorbona donde trabaja le ofrecen unas condiciones de lujo.
Así se ha comportado la Federación Española de Fútbol al trasladar la Supercopa al reino de los Saúd o el Barça cuando llevaba publicidad de Qatar y tantas otras corporaciones y organismos a quienes un buen fajo de billetes hace mirar a otro lado cuando de trata de derechos humanos o discriminación brutal de las mujeres.
Lo que es novedad, aunque la información ya apareció hará un año, es que quienes se beneficien del dinero islamista sean ni más ni menos que quienes han construido buena parte de su discurso de odio contra el musulmán en base a su misoginia, tan distinta, dicen, de la suya propia. Me refiero al partido de extrema derecha que no quiero mencionar y que mientras vociferaba contra el peligro de la invasión islámica, algunos de sus miembros cobraban sueldos de un grupo iraní (oh, sorpresa) precisamente fundamentalista.
Proclamas fundamentalistas
En un artículo en 'Público' de hace un año, Nazanin Armanian definía el grupo que ha financiado a Vox como “secta religiosa paramilitar de extrema derecha iraní”, una descripción muy distinta de la de “exilio persa”. De hecho, su nombre literal es “Yihadistas del pueblo”. ¿No les decía yo que Abascal podía pasar perfectamente por musulmán? Pues lo que viene a demostrar esta información es que las extremas derechas misóginas, homófobas y reaccionarias, sean de donde sean, tienen más posibilidades de entenderse que de confrontarse. Al fin y al cabo, las proclamas de cualquier grupo fundamentalista no son muy distintas de las de Vox. Los islamistas más rigurosos también creen que la homosexualidad es una desviación enfermiza, que el exceso de libertad deriva en caos, que los derechos reproductivos son una perversión y que el feminismo traerá la degeneración absoluta de la familia y la sociedad. En lo único en lo que difieren es en la dirección de su racismo, que es de signo contrario. Unos construyen al musulmán como enemigo número uno mientras que los otros hacen lo mismo con todos los que consideran infieles.
No son extremos que se tocan, son lo mismo: expresiones de una ofensiva mundial, y por eso el dinero iraní no les provoca repugnancia alguna.
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