Análisis

Las tres patas del soberanismo

El soberanismo se define hoy por la lucha por el poder entre partidos, inexistencia de liderazgos solventes y efectivos, y sobredosis de emotividad a cuenta del abuso de la justicia española

Los diputados de JxCat  se levantan y aplauden a Torra mientras Pere Aragonès permanece a su lado sin aplaudir

Los diputados de JxCat se levantan y aplauden a Torra mientras Pere Aragonès permanece a su lado sin aplaudir / periodico

Josep Martí Blanch

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Cuarenta y ocho horas intensas en el Parlament. Día 1: Apoteosis del estilo barriobajero que caracteriza desde hace tiempo a Ciutadans por un lado. Del otro, JxCat y ERC se declaran abiertamente la guerra a cuenta de la pérdida de la condición de diputado de Quim Torra, formalizada por el secretario general del Parlament, pero avalada por el presidente de la Cámara, el republicano Roger Torrent. Nada nuevo en esta relación tormentosa entre los socios del gobierno. Solo que hasta ahora nos habían ahorrado el exhibicionismo de las disputas.

Día 2: Los líderes encarcelados acuden al Parlament para comparecer en la comisión que investiga la aplicación del artículo 155, que suspendió la autonomía en Catalunya a raíz de los hechos de octubre del 2017. Como era de esperar sus intervenciones se convierten en mítines preelectorales y justificativos de actuaciones pasadas, presentes y futuras.

Las dos jornadas enseñan el taburete de tres patas sobre el que descansa hoy el soberanismo: lucha por el poder entre partidos, inexistencia de liderazgos solventes y efectivos, y sobredosis de emotividad a cuenta del abuso de la justicia española.

Desde el inicio del 'procés'

La lucha por el poder entre ERC y JxCAt viene arrastrándose desde el inicio del 'procés' y se explica por el intento de los republicanos de sustituir a los que en su día eran convergentes y el esfuerzo de estos por impedir que suceda. Catalunya es una autonomía, sí; pero el pastel es lo suficientemente grande como para que valga la pena pelearse por él. Tomen nota los que dicen que el autogobierno es la nada.

La falta de liderazgos solventes y efectivos tampoco es novedad. Una de las consecuencias de octubre del 2017 fue una escabechina de nombres de la que no ha podido recuperarse el soberanismo. En ERC, Pere Aragonés aún ha de atreverse a mostrarse como líder capaz de volar solo y hacer volar a otros tras él, JxCat es un Vietnam y la presidencia de la Generalitat está en manos de un hombre sobrepasado que, si toma alguna decisión, lo hará más por la deriva personal en la que está inmerso que por sentido institucional. En el plano político la presidencia es una cooperativa que requiere muchos vistos buenos para sacar adelante una decisión.

Y la emotividad, nacida de una injusticia, es lo que mantiene la credibilidad entre la mayoría de los votantes soberanistas de los miembros del Govern de Puigdemont que han comparecido en el Parlament. Turull, por poner un ejemplo, afirmó que de no ser por el Estado la república catalana hubiese sido realidad en tres o cuatro meses y negó que no hubiese nada preparado para hacerla efectiva.

He escrito, y escribiré aún muchas veces, que las condenas a los presos son injustas y que el Estado ha jugado sucio en múltiples frentes en infinidad de ocasiones desde el inicio del 'procés'. Pero errores y abusos del de enfrente no convierten en aciertos los propios, ni avalan la persistencia en el autoengaño. No había nada preparado, así que, duela más o menos, lo cierto es que se engañó a la gente. Y más importante aún: no había legitimidad democrática para declarar ninguna república. Iremos a votar muy pronto. Pero con estos ingredientes no hay que depositar grandes esperanzas en el plato que vaya a servirse. Con arroz, sal y agua solo cocinas arroz hervido.