Dos miradas

Genuflexión

Entrar en el juego del agravio que las derechas dedican a la izquierda solo lamina el orgullo

Pablo Iglesias, a su llegada a la Moncloa

Pablo Iglesias, a su llegada a la Moncloa / periodico

Emma Riverola

Emma Riverola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hipocresía por encima de todo, la marca de las llamadas ‘casas bien’. Esas en las que ocurren cosas tan buenas y tan malas como en todas, pero siempre gozan de una impecable apariencia. Roba, pero que no se note. Extorsiona a los socios, paga sueldos de miseria, subcontrata empresas de esclavos, pero sonríe y arruga la nariz ante todo lo ordinario. Es tan, tan soez la vulgaridad.

Lo peor es la admiración. Y esa suerte de genuflexión que tan a menudo se dedica a los que miran por encima del hombro. Entonces, se cae en la trampa del subordinado. Y se acaba hablando de los vaqueros de un vicepresidente, de los peinados de unas ministras o de los líos con un iPad de un astronauta metido en política. En las ‘casas normalitas que apenas llegan a final de mes’, muchos se morirían de vergüenza si alguno de los suyos hubiera robado a manos llenas, pero, ya se sabe, el sonrojo va por barrios. Y los aires de superioridad. Entrar en el juego del agravio que las derechas dedican a la izquierda solo lamina el orgullo. Nuestra democracia necesita dosis extras de dignidad, y esa no se encuentra en las hebras de una prenda.