EL LABERINTO CATALÁN

La incógnita Puigdemont y el insomnio

Carles Puigdemont, en Estrasburgo.

Carles Puigdemont, en Estrasburgo. / periodico

Jordi Mercader

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La política catalana y la española se han acostumbrado a vivir pendientes de un nuevo 'deadline' que puede modificar las expectativas vigentes. Así sucedió con la sentencia del 'procés', luego con la formación del Gobierno Sánchez y ahora con la inhabilitación de Torra y la inmunidad de los eurodiputados Puigdemont y Comín. Del catálogo de adversidades e incógnitas susceptibles de hacer descarrilar la mesa de negociación todavía por convocar, la más relevante se intuye que es esta última. El futuro del presidente Torra está descontado, sea por retirada forzosa o voluntaria, pero el papel que pueda jugar Puigdemont tras la respuesta del Parlamento europeo a la petición del suplicatorio va a ser determinante para la nueva etapa de diálogo.

El debate de la comisión encargada de decidir sobre la suspensión o el mantenimiento de la inmunidad parlamentaria de Puigdemont permitirá conocer por primera vez la posición de la Eurocámara sobre el fondo político del conflicto. A pesar de ser una comisión a puerta cerrada, de la propuesta que eleve al pleno y del resultado de la votación se podrán sacar conclusiones. Después de tanto repetir que Europa nos mira, sabremos también qué piensa. Esta será una novedad significativa que debería influirá en el posicionamiento retórico de los bloques. Pero esto no será todo. De este proceso, saldrá un Puigdemont confirmado como eurodiputado, reforzado políticamente e institucionalmente, o un Puigdemont devuelto a su condición de expresidente peleando por no ser enviado al banquillo en España.

La diferencia entre las dos hipótesis debe ser causa de insomnio para Pedro Sánchez y también para los dirigentes de ERC. Hay un mundo entre tener a Puigdemont como alma en pena en su refugio de Waterloo, esperando la materialización de una euroorden revitalizada por el desamparo dictado por la Eurocámara, o enfrentarse a un Puigdemont avalado por el Parlamento Europeo, viajando por toda Europa como presidente del Consell per la República (fácilmente reconvertible en gobierno en el exilio) y exigiendo su participación en la mesa de negociación.

La negociación, entendida como la explicó Sánchez el martes (buscar un acuerdo en el marco constitucional para ser consultado a los catalanes), difícilmente encajaría en el discurso del expresidente de la Generalitat. El propio diseño de las mesas de diálogo debería acomodarse al protagonismo de un Puigdemont triunfante en su estrategia europea, cuya voz no podría ser acallada. De intentarse, no haría sino agrandar su aureola de independentista indomable, la del político cuya intuición e improvisación le habría situado fuera del alcance del mismísimo Estado español. De aceptarse el nuevo papel del eventual eurodiputado confirmado, también las posibilidades de un gobierno catalán de izquierdas podrían tambalearse ante la fuerza de su liderazgo populista. El futuro de Puigdemont es el auténtico 'deadlin'e para quienes confían en una etapa de distensión y pragmatismo en la que no se le espera.