Maternidades culpables
Ni González ni Estivill
Leí manuales y más manuales sobre maternidad y entre tanta lectura me sentí mucho más confundida de lo que lo había estado mi madre

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Najat El Hachmi
Najat El HachmiEscritora
Najat El Hachmi
Lean la entrevista de Olga Pereda a Eva Millet en este periódico. Si el ejercicio de las funciones parentales es para ustedes una fuete inagotable de ansiedad y preocupaciones, les aseguro que el análisis de la experta en hiperpaternidad les resultará muy útil.
A mí me ha descargado de una enorme mochila de culpa que llevo encima desde que nació mi primer hijo. Qué gran invento, la culpa de las madres, ese pozo sin fondo de autoexplotación alienante.
Yo soy una madre que con 20 años se leyó todos los libros. Que se preocupó mucho durante el embarazo por si tomaba todas las vitaminas, si me alimentaba como es debido, si hacía todo lo que tenía que hacer. Ahí empezó la culpa. ¿Cómo habían hecho millones de mujeres antes que nosotras para gestar y parir sin el 'Qué esperar cuando estás esperando'? Sí, es verdad que antes de los avances médicos y los conocimientos científicos sobre la materia morían más recién nacidos y más madres pero no sé si eso es motivo suficiente para que no podamos reproducirnos sin antes hacer un máster.
Yo podría haber intentado rescatar la experiencia de generaciones anteriores de mi familia pero las circunstancias no se parecían en nada: mi madre tuvo seis hijos y la vida no le daba más que para ocuparse con atención plena, nunca en exclusiva, de quienes más la necesitaban, los más pequeños. Así escapamos un poco a su vigilancia y por nada del mundo se nos hubiera pasado por la cabeza pedirle que jugara con nosotros.
Pero yo leí manuales y más manuales y entre tanta lectura me sentí mucho más confundida de lo que lo había estado mi madre. Intenté el método Estivill y me pareció una salvajada autoritaria e inhumana (dejaba llorar al niño y al final llorábamos los dos). Probé el de <strong>Carlos González </strong>y me pareció una tomadura de pelo que me convertía ni más ni menos que en una esclava de mi hijo, un método perfecto para crear pequeños dictadores con todo el amor del mundo pero cero empatía hacia los demás.
Así que hice, como todas las madres, lo que puede y con culpa y ansiedad intenté cuidar de mi niño sin renunciar a mi propia vida. Y sí, soy la madre que en vez de tirarse por la arena del parque, me siento a leerme un libro tranquilamente. Y si mis hijos me dicen que se aburren les contesto que no está entre mis funciones ser su animador sociocultural. Una actitud que creo que es la buena pero que mantengo un poco escondida porque va contra la de la mayoría de padres. Hasta que he leído las palabras de Eva Millet alertándonos sobre los peligros de la hiperpaternidad.
Los hijos son lo que son independientemente de lo que hagamos los padres. Está la genética, la personalidad individual, el entorno y una lista infinita de elementos que las madres no podemos controlar. Sentirnos culpables no hará hijos más felices, lo más probable es que los haga menos responsables de sus actos y, por lo tanto, con todos los números de convertirse en pequeños tiranos.
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