Análisis

¿Hemos aprendido del #MeToo?

Estos años después del #MeToo han demostrado que seguimos sin saber afrontar el acoso sexual

Movilización feminista en València.

Movilización feminista en València. / MIGUEL LORENZO

Ana Bernal-Triviño

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<strong>Ha llegado el día del juicio.</strong> El foco estará sobre <strong>Harvey Weinstein</strong> pero el cuestionamiento estará, de nuevo, sobre las denunciantes, porque la mirada siempre está en nosotras. En lo que hagamos o digamos. En este tiempo, <strong>#MeToo fue más allá de Weinstein.</strong> A pesar de ser un movimiento que ha dado la vuelta al mundo, que ha roto el silencio más rotundo, permanecen los mismos problemas. Romper con esta dinámica de relaciones de poder no desaparecerá ni en un año ni en dos. Harán faltas décadas de una nueva educación para respetar la voluntad y consentimiento de las mujeres, sin que sean señaladas.

Se han usado los casos de acoso sexual para abrir debates dolorosos. Políticos y periodistas irresponsables han hecho carnaza de la situación. Los mismos que no cuestionan cuando los medios de comunicación investigan y denuncian casos de corrupción, se han llevado las manos a la cabeza cuando han investigado sobre el acoso sexual. Y hablamos de los medios más prestigiosos del mundo que no se arriesgarían a publicar si tuviesen la menor duda.  Los mismos que defienden la presunción de inocencia de los denunciados (presunción que ninguna ley elimina) son los que han vertido una supuesta presunción de culpabilidad sobre las mujeres que han dado el paso.

El #MeToo ha demostrado más cosas. Una, que se habla poco del trauma que las víctimas han vivido, como los periodos de negación, de disociación, de indefensión o de posterior aceptación sin reparación. Todo eso les hizo callar y no enfrentarse a una situación donde sabían que llevaban las de perder, porque no las creerían y porque todo el mundo las juzgaría. Dar el paso no es nada fácil cuando enfrente hay a un hombre de poder con miles de apoyos. Dos, que se habla poco de los agresores sexuales, sus estrategias, su ausencia de empatía y deshumanización. Incluso víctimas de otras violencias sexuales han salido en defensa de otros denunciados porque a ellas “no les hizo nada”, aun sabiendo que los agresores saben perfectamente qué víctimas seleccionan y cuáles no. 

El #MeToo también demostró que seguimos sin saber cómo afrontar estas situaciones cuando el protagonista de las denuncias es alguien más cercano. Solo hay que ver cómo se repitieron los mismos patrones con el caso de Plácido Domingo. Se cuestionó al medio. Se cuestionó que las víctimas tardaran en hablar. Se recordó de nuevo la presunción de inocencia como si esta fuera eliminada de golpe por el feminismo, para desacreditarlo más. En lugar de informar de las partes y dejar que la justicia haga el resto, tertulianos y tertulianas se sumaron al carro de juzgarlas sin saber ni de lejos las situaciones que ellas vivieron y cómo las han intentado superar.

Estos años después del #MeToo han demostrado que seguimos sin saber afrontar el acoso sexual y que seguimos cuestionando a ellas como la solución fácil. Se intenta justificar a los presuntos agresores, pero no a ellas. Dos años después del #MeToo está claro que hace falta más #MeToo para estar a la altura.