EEUU e Irán combaten en Irak

Es posible que el intervencionismo estadounidense ayude a que, de verdad, Irak acelere la marcha hacia su conversión en un Estado inviable

Combatientes de la milicia de Kataeb Hezbollah inspeccionan la destrucción de su cuartel general después de un ataque aéreo estadounidense en Qaim, Irak.

Combatientes de la milicia de Kataeb Hezbollah inspeccionan la destrucción de su cuartel general después de un ataque aéreo estadounidense en Qaim, Irak. / periodico

Albert Garrido

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Después de repetirse durante años que Irak no era un Estado fallido merced a la presencia estadounidense, ahora es posible que el intervencionismo de Estados Unidos ayude a que, de verdad, Irak acelere la marcha hacia su conversión en un Estado inviable. Zarandeado por sus dos grandes aliados, Estados Unidos e Irán, enemigos entre sí, el solar iraquí corre el riesgo de convertirse más temprano que tarde en campo de batalla de quienes, en teoría, tutelan su supervivencia. Al menos, este es el riesgo que acompaña a operaciones como el último bombardeo contra cinco posiciones de un grupo proiraní que, además, está integrado en el Ejército iraquí a través de las Fuerzas de Movilización Popular, una coalición de milicias proiranís.

La complejidad de la situación es máxima: Irán apoya al primer ministro de Irak, Adil Abdul Mahdi, que a su vez ha enardecido a la calle, harta de la incompetencia y la corrupción rampante del Gobierno, en funciones desde hace un mes; las posiciones proiranís bombardeadas son de organizaciones que combaten a los restos del Estado Islámico, que también ataca Estados Unidos, pero son al mismo tiempo brazos ejecutores de la estrategia iraní en la región y aliadas de Bashar al Asad en Siria. El laberinto parece no tener salida y la decisión de Donald Trump de denunciar el acuerdo nuclear con Irán tiene todas las trazas de haber ayudado a desestabilizar la región, favoreciendo alianzas oportunistas en las que la adscripción de los combatientes musulmanes a una de las dos ramas del islam resulta ser a menudo un ingrediente secundario o que encubre rivalidades políticas históricas y propósitos muy precisos.

Justificación del uso de la fuerza

El más reseñable es la determinación estadounidense de favorecer a Arabia Saudí, su mayor aliado en la zona, frente a Irán, con quien se disputa la hegemonía en el área del golfo Pérsico, crucial para la estabilidad del mercado energético. Al mismo tiempo, el dispositivo de seguridad diseñado por Estados Unidos para Oriente Próximo tiene en Arabia Saudí uno de sus pilares fundamentales y en Irán, uno de sus potenciales puntos débiles, decidida la república de los ayatolás a reactivar su carrera nuclear. Datos todos ellos que explican el recurso a la fuerza y la decisión de la Casa Blanca de no renunciar a ella si se repiten las acciones de hostigamiento a la presencia estadounidense en Irak, mientras sostiene una pugna soterrada con Irán para influir en el nombramiento del sucesor de Adil Abdul Mahdi.

Nada es demasiado nuevo en este último episodio de la atormentada historia iraquí. La misión que George W. Bush dio por cumplida en mayo del 2003 está lejos de haberse culminado con éxito 16 años después. Antes al contrario, el espacio político de Oriente Próximo se ha degradado más allá de toda previsión, Irak es el terreno elegido por todos los contendientes en la región para imponer sus estrategias y, al mismo tiempo, es cada vez mayor el riesgo de un efecto dominó que sume nuevos factores de inseguridad. Pero, para Donald Trump, todo precio es poco si logra desactivar a Irán.