La hoguera

Tontos con ideales

Nunca entenderé que al aberzale promedio le cueste tanto limitarse a adjetivar la violencia que le queda más cerca y que siempre necesite recurrir a la otra

Una persona junto a un graffiti proetarra.

Una persona junto a un graffiti proetarra. / periodico

Juan Soto Ivars

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Mientras veo la docuserie de Jon Sistiaga 'ETA, el final del silencio' -ya tardáis, es buenísima- recuerdo las palabras de los miembros de la izquierda aberzale que más se involucraron con el desarme de ETA. Me refiero a ese adagio que suena así: “La lucha armada ya no servía para conseguir nuestros fines, y los convencimos de abandonar la violencia y pasar a la acción política”. Lo oyes mil veces y aún te impresiona que la razón fundamental para dejar de matar gente sea de orden pragmático.

Lo mismo que cuando salen con el “todas las violencias”, que también usa Vox para hablar de los crímenes de Franco, cada vez que les preguntan si condenan la violencia específica de sus camaradas. Es cierto que a España le falta hablar más del GAL y la tortura de comisarías, y que todas las víctimas merecen reparación, pero de ahí a equiparar hay un trecho: el que separa el integrismo verdadero de las desviaciones totalitarias de una democracia.

Nunca entenderé que al aberzale promedio le cueste tanto limitarse a adjetivar la violencia que le queda más cerca y que siempre necesite recurrir a la otra, pero acepto su presencia en las instituciones y pienso, pese a los asesinatos sin resolver, que cuando uno quiere paz tiene que renunciar a unos kilos de justicia. Que se lo digan, si no, a los grandes hombres de la transición, de quienes tanto tenemos que aprender los monos polarizados de hoy.

El caso es que el miércoles, entre episodio y episodio de Sistiaga, leí en La Directa una entrevista que David Bou le hacía a la etarra catalana Marina Bernadó: mujer más simple que el mecanismo de un sonajero a juzgar por sus razonamientos. La entrevista estuvo más cercana al spa que al interrogatorio, pero así el documento era más valioso, porque la gente solo se sincera cuando está cómoda. De su lectura saqué la conclusión de que para estar en ETA tras la muerte de Franco hacía falta ser tonto además de integrista.

Moraleja importante: no hay nada más peligroso que un tonto con ideales.