ANÁLISIS

Francia, ¿infierno o paraíso?

En Francia lo permanente es la tensión social y el pesimismo atávico, aunque no haya razones para ello

Un manifestante enciende una antorcha de humo durante la huelga contra las reformas del sistema de pensiones del Gobierno francés, este viernes, en Marsella.

Un manifestante enciende una antorcha de humo durante la huelga contra las reformas del sistema de pensiones del Gobierno francés, este viernes, en Marsella. / periodico

José A. Sorolla

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Dice el escritor y viajero Sylvain Tesson que "Francia es un paraíso poblado por gente que cree vivir en el infierno". La definición encaja perfectamente con la crisis social que se vive estos días a propósito de la reforma de las pensiones, estancada al menos desde 1995 cuando el primer ministro, Alain Juppé, intentó hacerla y le costó el cargo después de un mes de huelgas.

En Francia lo permanente es la tensión social y el pesimismo atávico, aunque no haya razones para ello. Durante el final del mandato de François Hollande y la primera mitad del quinquenio de Emmanuel Macron la situación ha mejorado: el crecimiento es mayor que el de Alemania, se ha creado un millón de empleos en cuatro años, las relaciones laborales son menos conflictivas y el índice de confianza de las familias aumenta. Francia es probablemente el país más igualitario del mundo y en el que menos se trabaja, con conquistas como las seis semanas de vacaciones, la semana de 35 horas y unas prestaciones sociales inigualables.

Desigualdad

Pese a ello, en Francia, como en toda Europa, crecen las desigualdades, pero no precisamente entre quienes protagonizan las protestas contra la reforma de las pensiones, que son en su mayoría los privilegiados de los 42 regímenes especiales (funcionarios, abogados, trabajadores de transportes, energía, educación y sanidad), que se jubilan antes de los 60 años y con mejor pensión. En Francia la edad legal de jubilación es a los 62 años si se han cotizado unos 42 y la pensión media supera los 1.400 euros brutos. Macron pretende, sin aumentar la edad legal, unificar todas las categorías en un régimen universal basado en un nuevo cálculo que palie el déficit previsto de 10.000 millones de euros en el 2025.

Las desigualdades se concentran en las banlieues y en la Francia periférica y rural de la que surgieron los chalecos amarillos. Dos mundos, por cierto, que se ignoran, como se demostró con la clamorosa la ausencia de habitantes de las banlieues, en gran parte trabajadores inmigrados, en las movilizaciones de los chalecos amarillos.