Belleza digital
Filtrar prejuicios o negar cuerpos
Crecemos pensando que aceptarse o no es únicamente una elección personal, sin tener en cuenta que nuestras miradas están completamente condicionadas
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
Liliana Arroyo
Los complejos son algo radicalmente humano y nos unen en la vergüenza de nuestra singularidad. Quién no ha pensado alguna vez que le gustaría tener más de esto, menos de aquello, ser más fuerte, cambiar de estatura o tener otra piel. Y a menudo, los anhelos convergen. Digamos que el canon es esa presión social que promueve un tipo de hermosura: compartida y reforzada a base de estereotipos o modas. En definitiva, la preciosidad es artificial por definición en el momento en que existen códigos sociales sobre los cuerpos. En cada época y lugar hay un límite claro entre los físicos 'normales' y los desajustados.
Así, aprendemos a convivir con ese ideal de belleza aceptada y amablemente forzosa. También crecemos pensando que aceptarse o no es únicamente una elección personal, sin tener en cuenta que nuestras miradas están completamente condicionadas. Ahora bien, ¿si nos levantamos y nos vemos feas, el problema es tener espejo? Y si la dictadura de la belleza es ancestral, ¿en qué se diferencian los filtros de Instagram y la Venus de Milo? La respuesta está en las formas, más que en el fondo.
Laboratorios de identidad
Las redes sociales son laboratorios de identidad donde nos situamos como producto a mostrar. Cuando comenzó Instagram, la tónica era mostrar fotos que parecían espontáneas y casuales, aunque costaran 50 intentos. Después apareció Snapchat y volcó las miradas hacia los filtros filtros y las historias efímeras, con éxito –hasta el punto de que Facebook e Instagram temieron la pérdida de usuarios-. Como respuesta, los filtros dejaron de ser exclusiva de Snapchat y se extendieron a las demás redes. Con la diferencia de que los primeros filtros se correspondían con animales o criaturas fantásticas y coloreadas, pero cada vez se acercan más a un catálogo de retoques.
Entendamos por un momento el filtro como plantilla: el mensaje ya no está en una escultura a la que mirar y en la que inspirarse, sino que puedes aplicar la plantilla literalmente sobre tu rostro. Combinemos esto con la gran variedad de aplicaciones y recursos que permiten retocarlo absolutamente todo. La consecuencia directa es huir de nuestros cuerpos. Los escondemos tras un ideal que ni elegimos ni cuestionamos. Puede ser hasta lúdico si lo hacemos de vez en cuando, o desde el humor. El problema está en vivir para hacerlo y obsesionarse con la distancia entre lo que somos y lo que queremos ser.
Los efectos de habitar en la distorsión tanto pueden despertar el narcisismo como agravar los problemas de autoestima. Que Instagram ahora retire los filtros semejantes a la cirugía estética es un gesto. Pero los filtros nos siguen recordando las imperfecciones y qué tenemos que hacer para ajustarnos a la norma. Si estas herramientas te llegan cuando estás intentando entender quién eres – como la adolescencia o en momentos de fragilidad - , la predisposición a sustituir lo percibido por lo proyectado es enorme. Por no decir cómo refuerzan los estereotipos femeninos, favoreciendo la hipersexualización y la cosificación. Quizá como Afrodita, pero corregida y aumentada.
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