Nueva cita con las urnas
Contra la abstención
Llevamos casi una década de parálisis. Gobierne quien gobierne, deberá remangarse y ponerse a picar piedra dura
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Cuando se acercaba la festividad de Todos los Santos, mi madre, mi abuela, mi bisabuela y todas las mujeres que se anudan hacia atrás solían poner en casa, en un rincón bien visible, un cuenco desportillado con agua, aceite, y unas lamparillas llamadas mariposas. Consistían en un pequeño disco de corcho como flotador y otro de cartón encima –a veces eran retales de naipes–, ensartados ambos por una mecha encerada que se iba alimentando del aceite como combustible. Una llamita por cada difunto de la familia.
Como había unos cuantos, daba un poco de repelús levantarse de madrugada a hacer pis. Si las llamas bailaban, si chisporroteaban o se apagaban, mi abuela, a pesar del susto, aseguraba que los muertos decían cosas, cómo se encontraban y, en ocasiones, lo que estaba por venir, porque parece que atravesar al otro lado los ungía del don de la clarividencia.
Confieso que estos días he extrañado mucho el viejo cuenco por la eventualidad de que los muertos me susurrasen algo al oído, por si me iluminaban las entendederas con algún consejo. Estoy perdida; no sé a quién entregar mi voto el domingo. ¿Elecciones otra vez?, ¿de nuevo a barajar las cartas? Dan ganas, en efecto, de quedarse en casa y decirles no contéis conmigo.
Se me ocurre buscar luz en los libros, en viejos diarios de gentes más sabias, a ver qué hicieron o dejaron de hacer el 10 de noviembre de algún año. Los de Jaime Gil de Biedma, por ejemplo. No aparece nada en la fecha anhelada, pero ojeando el mes de noviembre de 1960 aparece una entrada significativa el día 26. El poeta andaba ultimando 'Apología y petición', en concreto una estrofa que dice así: «Quiero creer que nuestro mal gobierno / es un vulgar negocio de los hombres / y no una metafísica, que España / puede y debe salir de la pobreza, / que hay tiempo aún para cambiar su historia / antes que se la lleven los demonios». Mira por dónde, touché.
Acudiré a votar porque es lo que toca, porque a muchos de los muertos que bailaban en las llamas no se les permitió hacerlo ni pudieron atisbar cómo ha cambiado la vida desde entonces. Algunos casi no sabían escribir. Pero el esfuerzo inmenso de volver a confiar merece una respuesta a la altura. Llevamos casi una década de parálisis. Gobierne quien gobierne, deberá remangarse y ponerse a picar piedra dura: la reforma laboral, la fiscal, la crisis (o su resopón) que se viene encima, la vivienda (¿quién puede pagar un alquiler de mil euros?), el cambio climático, los pueblos desérticos y, sobre todo, modificar la Constitución para solventar el problema catalán desde la legalidad; no se puede ignorar que dos millones de catalanes anhelan la independencia. Ya basta. ¿Acaso la política no es la búsqueda del bien común?
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