La UE y los Balcanes

El error de Macron

El incumplimiento de las promesas realizadas a Albania y Macedonia del Norte lo único que puede conseguir es la pérdida de influencia en estos países a favor de China, Rusia o Turquía

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Ruth Ferrero-Turrión

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La última cumbre del Consejo Europeo, el último de la era Juncker, no dejó contento a casi nadie. Ni el 'brexit' ni el proceso de ampliación a Albania y Macedonia del Norte se han resuelto. Ambos habían quedado pendientes durante el verano con la esperanza de que en el examen de otoño pudieran resolverse. Del 'brexit', aquí, casi mejor no hablar. 

En cuanto a la apertura del proceso de negociación para la ampliación de Albania y Macedonia del Norte ha quedado aplazada hasta la próxima primavera bajo la presidencia croata. Esta es la segunda vez en un año que el Consejo Europeo aplaza una decisión de enorme trascendencia para la región balcánica. De hecho, este retraso se acumula al anterior de junio 2018, cuando se prometió desde Bruselas, que el 2019 sería su año. Tanto en junio como ahora el obstáculo principal ha sido el 'no' francés. 

Las discusiones sobre la futura estrategia

A nadie se le escapa que los argumentos esgrimidos por París tienen una buena dosis de razón y son de un pragmatismo aplastante. Estos quedarían resumidos en la necesidad de reforzar las instituciones y políticas europeas antes de avanzar hacia una nueva ampliación y en la inexistencia de mecanismos correctores y sancionadores una vez que un estado se convierte en miembro de pleno derecho de la UE. Ninguna novedad en la recuperación de un viejo debate 'approfondissement' versus 'enlargissement' que en los 90 se convirtió en la fuente de todas las discusiones sobre la futura estrategia de la UE. Entonces ganó la ampliación por razones de tipo geopolítico y por la magnitud simbólica del paso que se iba a dar.

Las posiciones de los actores individuales, sin embargo, no han cambiado de manera sustantiva. Alemania continúa siendo el abanderado de la ampliación, aunque ahora ya no cuente con el importante apoyo del Reino Unido y Francia, que siempre se sintió desplazada en este proceso, se opone a las nuevas incorporaciones. Y el resto se van alineando en función de las distintas coyunturas, si bien Países Bajos y Dinamarca se posicionan en contra, por su lado, los países del este apoyan el proceso de ampliación de manera explícita. 

Las razones detrás de estas posiciones se encuentran, en la mayoría de los casos, en la defensa de unos intereses muy vinculados a los equilibrios de poder dentro del Consejo Europeo o bien al deseo de diluir cualquier intento de una mayor integración política. En todo caso las posiciones de unos y otros poco y nada tienen que ver con lo que sucede en la región y a sus ciudadanos. 

Sin embargo, no sería descabellado que desde Bruselas se actuara con una mayor dosis de empatía en relación con unos países que, tras pasar por un traumático conflicto del que todavía se intentan recuperar, llevan recibiendo promesas de ampliación desde el año 2003. Unas promesas que solo han servido para ir aplazando la decisión última de su incorporación a Europa. Unas promesas que condicionaban los avances en la perspectiva europea a la consecución de objetivos estipulados año a año en los informes país de la Comisión. 

Apasionados discursos políticos

Esta perspectiva europea no solo iba quedando diseñada en fríos informes técnicos, también en apasionados discursos políticos como el que los ciudadanos de la República de Macedonia del Norte pudieron escuchar por boca de Emmanuel Macron a finales del mes de septiembre de 2019. Entonces el presidente francés apelaba a la ciudadanía macedonia –«cuento con vosotros»– pidiendo el voto en el referéndum convocado para ratificar el acuerdo de Prespa por el que se cambiaría el nombre del país, y condicionando el resultado del mismo a las perspectivas de futuro del país, en clara referencia a la apertura de negociaciones entre la UE y Skopje.

Si los argumentos de Macron son a primera vista razonables, no lo es menos que el incumplimiento de las promesas realizadas por la UE hacia los Balcanes lo único que puede conseguir es la pérdida de influencia en estos países a favor de otros actores internacionales como China, Rusia o Turquía con todo lo que ello implica de desafección al proyecto europeo. Pero, sobre todo, puede llegar a provocar un proceso de desestabilización político y social en unos países que, si algo necesitan es reconocimiento y confianza por parte de lo que ha sido, hasta ahora, su primera opción, la entrada en las instituciones europeas. No era este el momento del bloqueo, era el momento de ofrecer salidas y certezas, especialmente teniendo en cuenta que las negociaciones durarían años. Quizá cuando Europa quiera rectificar sea demasiado tarde.