Opinión | EDITORIAL
El Periódico
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Las condiciones del diálogo
Cualquier solución al conflicto se ve lejana, pero evitar que se ensañe es imperativo y urgente
Tras una semana que ha dejado tan desoladas las calles de Barcelona como los ánimos de cualquiera que no confíe en el caos como medio para alcanzar sus objetivos, la violencia da un respiro y las voces de la sensatez empiezan a hacerse oír. Han tenido que ser organizaciones empresariales como Foment y Pimec y los sindicatos CCOO y UGT los que alcen la voz para reclamar que se abran «espacios de convivencia y cohesión social que faciliten un clima idóneo para el diálogo y la negociación que garantice la estabilidad política, económica y social». Hasta ahora solo estas entidades, junto con otras organizaciones sociales y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, recibidos por el presidente del Parlament, Roger Torrent, han conseguido, sencillamente, llamar a la serenidad y sentarse a una mesa para intentar crear ese espacio. Ellos, y los responsables de las fuerzas de seguridad de los gobiernos español y catalán.
Frágil tregua
Habría sido balsámico que la frágil tregua de este fin de semana en las calles hubiese servido para dar una respuesta política al más alto nivel a estas. Pero los espacios del diálogo no existen todavía ni en el seno de un independentismo cada vez más quebrado internamente. Y aún demasiados confían en que ardan las calles para lograr inviables cesiones del contrario, justificar la adopción de medidas excepcionales o ganar posiciones ante unas elecciones generales en un contexto especialmente inoportuno.
Frente a estos intentos de desescalar el conflicto, los presidentes del Gobierno y la Generalitat no han llegado siquiera a comunicarse por teléfono. Y difícilmente llegará ese mínimo gesto sin una desautorización inequívoca del uso de la violencia por parte de Quim Torra. El diálogo es necesario. Imperativo y urgente. Pero es muy improbable que las condiciones para ello se den hasta que exista un Gobierno en Madrid sin el peso de unas elecciones a las puertas. Y hasta que al otro lado tenga un interlocutor con un mínimo sentido de la realidad.
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