Análisis

Camino del desastre

Hay que felicitar a Foment por advertir de unas consecuencias de los altercados en Barcelona sobre los que las élites económicas e intelectuales callan

La concentración frente a Interior.

La concentración frente a Interior. / periodico

Jordi Alberich

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Hace pocos días Foment del TreballFoment del Treball emitía un comunicado en que alertaba de las consecuencias económicas de la violencia callejera y el bloqueo generalizado de las vías de comunicación. La declaración adquiría un cariz dramático, pudiendo sorprender que unos pocos días de altercados justificase tal preocupación. Sin embargo, está más que justificada. 

El principal atractivo económico de Barcelona, y del conjunto de Catalunya, reside en su calidad de vida. Sectores tan relevantes para nosotros como el turismo, los congresos, las nuevas tecnologías o la educación, buscan espacios amables, abiertos y seguros. Y, en este sentido, Barcelona, especialmente desde los Juegos Olímpicos, ha sido considerada como una ciudad de referencia global. 

Por ello, los episodios de esta semana constituyen un genuino “torpedo en la línea de flotación” de la ciudad. La repercusión del desastre en los medios de información internacionales ha resultado extraordinaria, y el atractivo de Barcelona ha quedado seriamente deteriorado. Pero, además, no podemos obviar las graves consecuencias sobre nuestro mundo más cercano. 

De una parte, la percepción desde el resto de España. Llevados por el discurso dominante en Catalunya, tendemos a minusvalorar la importancia del mercado español. Y no solo por ser de largo, el primer cliente de nuestras empresas sino que, también, porque, durante décadas, Barcelona fue la ciudad de referencia para muchos ciudadanos españoles dispuestos a dejar su lugar de origen para estudiar o desarrollar sus proyectos profesionales. En el ámbito económico, por ejemplo, la aportación de empresarios nacidos fuera de Catalunya, y afincados en Barcelona, ha resultado determinante para nuestro gran desarrollo.

De otra, el estado anímico de los propios barceloneses, especialmente sus colectivos más dinámicos. Se habla de la fuga de sedes empresariales pero, siendo muy preocupante, lo es aún más esa salida discreta y continuada de profesionales capacitados, desde el mundo de la empresa al de la cultura, que se instalan en Madrid.

Si, ayer, fuimos receptores de capital humano, hoy somos emisores de grandes profesionales. Además, el clima de enfrentamiento y crispación que venimos viviendo abate el ánimo, deteriora las expectativas de futuro y desincentiva las iniciativas.

Pero lo más determinante no es la violencia que asola nuestras calles y bloquea la circulación de personas y mercancías pues, por ejemplo, resultaron muchísimo más graves los episodios continuados de destrozo urbano que se dieron durante meses en París.

La gran diferencia, y lo que otorga una gravedad extraordinaria a lo que sucede en Barcelona, es que la alteración de la vida ciudadana se da con la indudable complicidad, más o menos encubierta, de las máximas autoridades del país. Además, todo ello acompañado del silencio de élites económicas e intelectuales que, en privado, se muestran desesperadas pero, en público, callan cuando no otorgan. Razón de más para felicitar a Foment por su advertencia.