IDEAS
Robin Hood está vivo
Hay personajes tan infalibles, inmejorables y eternamente útiles como la rueda, el cuchillo o el libro de papel. Todo el mundo, en cualquier época y lugar, no solo los entiende, sino que los aplaude.
Uno de ellos, quizás el más justo y poético, es el de Robin Hood. Ese arquetipo que, según la leyenda, roba a los ricos para dárselo a los pobres. Además de pelis de Hollywood recientes, hace unos meses se estrenaba, por ejemplo, el documental de León Siminiani sobre el Robin Hood de Vallecas (también existe un suculento libro), el butronero que desde niño conocía las alcantarillas que conducían a los bancos, a cuyas arcas ponía a dieta una y otra vez. Y ahora acaba de llegar a las librerías 'A plena luz', sobre el Robin Hood del Bronx.
En este planeta que deforesta a los pobres mientras rescata a los poderosos, el arquetipo sigue operando al amparo de los bosques
Su autor, J. R. Moehringer, autor del estupendo libro de memorias de Andre Agassi y de 'El club de las grandes esperanzas', una de las novelas dickensianas más sólidas de las últimas décadas, retrata la figura de Willie Sutton, un personaje real y un ladrón más querido (y solvente) que Dillinger, El Dioni y Arsenio Lupin. El novelista imagina cómo fue el día de Nochebuena de 1969, cuando este "Ghandi de los gánsteres" salió de la cárcel y recorrió la geografía de sus robos (y pérdidas) con un periodista.
Sutton, que se dice que robaba bancos "porque ahí está el dinero", aunque también lo hacía por diversión, por justicia y porque podía hacerlo, está conectado tanto con el Robin Hood de las leyendas medievales inglesas como con el Omar Little de la serie 'The Wire', con un zorrito de la todopoderosa Disney o con la CGT francesa que devolvió la electricidad a familias víctimas de cortes por facturas no pagadas. Alguien que desafía una legalidad (injusta para la gran mayoría) amparándose en la recta moral de sus convicciones.
"¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?", escribió Bertolt Brecht en 'La ópera de los tres centavos'. La obra se estrenó en agosto de 1928 y, 90 años después, en este planeta que deforesta aún más a los pobres mientras rescata a los poderosos, Robin Hood sigue operando al amparo de los árboles de los bosques o, al menos, en el papel que estos brindan para imprimir libros maravillosos como 'A plena luz'.
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