Movilización contra el dictador Al Sisi

Miedo y asco en Egipto

La corrupción no es nueva en Egipto ni tampoco las penurias de la mayoría de la población. Pero el hecho de que ahora arranque nuevamente la protesta pública asusta a un régimen que basa su poder en el clientelismo y la represión a partes iguales

Ilustracion artículo opinion

Ilustracion artículo opinion / periodico

Jesús A. Núñez Villaverde

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El miedo lo pone el régimen golpista liderado por Abdelfatah al Sisi, sobreactuando al activar su maquinaria represiva para frenar la contestación social iniciada hace poco más de 10 días. Y para ello no tiene duda en detener a unas 2.000 personas (sumadas a las 60.000 que, en seis años, ya han pasado por la cárcel por sus posiciones críticas), cerrar internet, redes sociales y plataformas mediáticas, amenazar a periodistas para que no difundan lo que ocurre en las calles y organizar manifestaciones favorables al régimen a mayor gloria del dictador. El asco, el malestar, el hartazgo lo ponen los (aún escasos) egipcios que se han atrevido a manifestarse contra un gobernante que, desde su acceso al poder en el 2013, ha prohibido toda reunión pública de más de 10 personas, ha recortado aún más sus derechos y ni siquiera se ha ocupado de satisfacer sus necesidades básicas, hasta el punto de que un tercio de los 100 millones egipcios viven por debajo de la línea de pobreza.

Lo que ocurre en Egipto no es aún comparable con los millones de personas que se movilizaron en el 2011 para derribar a Hosni Mubarak. Pero, por un lado, la vuelta a las calles es una demostración de que la aparente mejora macroeconómica –sostenida por un préstamo de 12.000 millones de dólares del FMI y las ayudas de aliados tan poco recomendables como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí– no se ha traducido en  mayor bienestar para el conjunto de la población. Por otro, supone también un cambio en la opinión pública sobre Al Sisi, a quien  ya se criticó por entregar las islas de Tirán y Sanafri a Riad y por ser demasiado complaciente con Tel Aviv y al que ahora se ve cada vez más no solo como megalómano sino también, junto a su hijo Mahmoud, como implicado en negocios de contrabando entre el Sinaí y Gaza.

Responsables de turbios negocios

Esas críticas afectan también de manera muy directa a las fuerzas armadas, tradicionalmente percibidas como la institución más valorada. Así, en la treintena de videos que un singular personaje como Mohamed Ali –empresario colaboracionista durante muchos años, autoexiliado en España y con pretensiones de actor que, en el fondo, no parece ir mucho más allá de reclamar lo que dice que se le debe por proyectos no cobrados– viene difundiendo desde el 2 de septiembre aparecen señalados altos mandos militares como responsables directos de turbios negocios y de aumentar sus privilegios a costa del bienestar de los egipcios.

Cabría ver a Ali, más allá de su propia peripecia personal –que le está llevando, emborrachado del momentáneo éxito mediático de estos días, a hacerse pasar por un líder de masas con afán justiciero–, como un catalizador de un estado de opinión que ahora se dirige contra quienes hasta poco fueron tildados de salvadores de la patria.

La corrupción no es nueva en Egipto ni tampoco las penurias de la mayoría de la población. Pero el hecho de que ahora arranque nuevamente la protesta pública asusta a un régimen que basa su poder en el clientelismo y la represión a partes iguales. Y aunque cuente con el apoyo económico (1.300 millones de dólares al año) y político («es mi dictador favorito») de Washington y muchas otras capitales occidentales –visto como un actor instrumental en la pretensión de eliminar al islamismo de la escena política–, ni el castigo ni las migajas recibidas –mientras han aumentado exponencialmente los precios de la electricidad y la energía y se han reducido los subsidios– parece que sirvan para calmar los ánimos.

La responsabilidad de la UE

Peor aún. Es la violenta respuesta del régimen la que con mayor probabilidad puede disparar una oleada de movilizaciones que ponga en verdadero peligro a Al Sisi y sus acólitos. Y más si, como parece, se agrandan las disensiones entre unos servicios de inteligencia- la Agencia de Seguridad Nacional, el Servicio General de Inteligencia y la Inteligencia Militar- que, de forma cada vez más visible, parecen estar inmersos en su propia pelea corporativa para acaparar más poder a costa de quienes ven como adversarios.

Son los egipcios quienes tienen que decidir su propio futuro, pero también es considerable la responsabilidad que acumulan los gobiernos occidentales, y especialmente los de la Unión Europea. ¿Vamos a seguir apostando por gobernantes impresentables, pensando que nos basta con que acepten su papel subordinado en el juego geopolítico y geoeconómico, mientras garanticen por un tiempo la estabilidad, aunque sea a costa de su propia población? ¿Nos puede extrañar que así aumente el sentimiento antioccidental?

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).