El conflicto catalán

Empate de impotencias

El llamamiento a la desobediencia puede empujar a los partidos independentistas a echarse otra vez al monte tras la sentencia

Quim Torra en el debate de política general

Quim Torra en el debate de política general / periodico

Joaquim Coll

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La sociedad catalana está tan fracturada que se divide incluso ante la pregunta sobre si Catalunya esta partida como consecuencia del 'procés', leemos en la última encuesta de Metroscopia. Curiosamente, la mayoría de los independentistas niegan esa división. Como no es posible que crean que la secesión es un asunto menor, igual es porque consideran que los catalanes contrarios son menos “pueblo de Catalunya” que ellos. Bastante consenso hay, en cambio, en aceptar que el proceso soberanista pasa por un mal momento. Lo piensa el 79% del total, sobre todo los constitucionalistas, pero también la mayoría de los que votan a ERC, JxCat y CUP. Solo el 31% de los encuestados piensa que la secesión es posible en un futuro próximo, mientras el 64% cree que tiene pocas o nulas probabilidades, una opinión que también prevalece en ERC. Aun así, el sentimiento independentista sigue muy fuerte y políticamente seguimos donde estábamos en el 2017, “empantanados”, como escribió Joan Coscubiela.

La mayor ventaja del momento actual es que el separatismo quemó inútilmente sus dos cartuchos, el referéndum unilateral y la declaración de independencia. El resultado es que los líderes del 'procés' llevan casi dos años comprobando que, en democracia, los hechos tienen consecuencias y esperando ahora una sentencia judicial con posibles penas de cárcel e inhabilitación. Aunque suene duro decirlo, la justicia también forma parte de la solución. Los sondeos coinciden en que la inmensa mayoría de los catalanes piensa que la solución pasa por el diálogo. El problema es que también aquí estamos divididos entre los que exigen un diálogo “sin condiciones”, eufemismo para colar el referéndum, y los que quieren un diálogo “dentro de la Constitución”. Ambos diálogos son irreconciliables y, por tanto, no hay solución ni mesa de diálogo.

Pero el empate de impotencias no durará siempre y a la vista asoman dos escenarios. El primero sería que una parte del independentismo, sin renunciar a su sueño, entrara en una vía posibilista, centrándose en gobernar la autonomía, abandonando la utilización desleal de las instituciones. A veces parece que ERC querría ir por este camino, pero la trayectoria de los republicanos, la radicalidad de sus bases y la doblez política de Oriol Junqueras no invitan a confiar en ello. Tal vez esa evolución esté más al alcance del PDECat si logra romper con Carles Puigdemont, aunque es difícil a corto plazo. El segundo escenario nos llevaría a abandonar la calma tensa en la que estamos desde el 2017 para caer de lleno en la confrontación. La mezcla de impotencia y arrogancia del separatismo está alimentando una retórica muy peligrosa en la que la idea de 'violencia legítima' puede acabar calando en una facción de los que se sienten frustrados. Y el llamamiento a la desobediencia puede empujar a los partidos independentistas a echarse otra vez al monte tras la sentencia. Hasta ahora no parecía probable pero Torra se comporta como un pollo sin cabeza. Parece que tiene ganas de poner fin a su presidencia con alguna asonada institucional que le permita ser acogido en Waterloo.