LA CLAVE
Greta y los cínicos
Los líderes mundiales parecen preguntarse cuánto tardará la activista en caer en el olvido como un juguete roto. Apenas disimulan la condescendencia
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Tan menuda, los ojos tan abiertos, tan joven, tan convencida, tan resoluta. Hay algo disonante en las imágenes de Greta Thunberg en los centros del poder mundial: en la ONU, en Westminster, en el Congreso de EEUU, con Barack Obama, con el Papa Francisco. Ella misma lo dijo en su feroz discurso a los líderes mundiales: «Yo no debería estar aquí». Es cierto, no debería estar bajo los focos. Tendría que estar en clase, en casa, con su familia y sus amigos. Pero está de gira continua, de Nueva York a Roma, de Londres a Washington, y en huelga cada viernes contra la emergencia climática. Se ha convertido en icono que engloba lo mejor y lo peor de su generación.
Lo mejor, la repulsa que entre los jóvenes genera la emergencia climática, la inmundicia del mundo que van a heredar, la inacción de los Estados, la cínica y sucia realpolitik. O la capacidad de movilización a través de las redes sociales, la difusión masiva de una causa, la velocidad con la que en unos meses una adolescente pasó de manifestarse sola cada viernes a abroncar a los líderes mundiales.
Postureo
Y lo peor, el postureo en esas mismas redes de miles de personas que hoy son más Gretistas que Greta, porque es lo que se lleva, pero que dejaron la playa hecha unos zorros estas vacaciones. O cómo el establishment se inocula contra las críticas asimilándolas y dándoles la razón, ¿o es que Obama y el Papa no forman parte de ese mismo sistema al que quiere derrotar Greta? Junto a las buenas razones, vanidad y narcisismo colectivo se mezclan con el voraz apetito mediático que devora rostros nuevos para entronizar a una chica de 16 años.
Millones de personas se manifiestan contra la emergencia climática respondiendo a la convocatoria de Greta. Aun así, hay un poso cínico en la mirada de los líderes mundiales hacia ella y su movimiento y en los textos de las crónicas que informan de su cruzada. Parecen preguntarse cuánto tardará en caer en el olvido como un juguete roto. Apenas disimulan la condescendencia. Quién sabe, a lo mejor es su mundo gris y sucio el que está roto. Y no quieren que se sepa.
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