El tablero político español

Nada será igual en noviembre

La derecha no va a tener un problema de movilización ante una nueva convocatoria electoral, la izquierda sí

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Antón Losada

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La última vez que, en España, la izquierda no supo acordar para gobernar y volvimos a las urnas, perdió más de un millón de votos y cualquier opción de gobierno mientras el Partido Popular recuperaba más de 700.000 votos y mantenía la Moncloa. Fue en el 2016. Ignorando tal antecedente, PSOE y Unidas Podemos parecen decididos a repetir la experiencia convencidos que les irá mejor esta vez. Cabe suponer que tamañas expectativas se basen en alguna evidencia más sólida que el optimismo histórico de la progresía española, o el mero deseo de gobernar a su manera y sin soportar la farragosa convivencia con un socio.

Explican los bien informados que los socialistas manejan encuestas que les anuncian superar con facilidad el listón del 30% de voto –que ya iban a batir en abril- y aumentar sus escaños los suficiente para, o bien forzar a Podemos a prestar su apoyo desde fuera, o bien reclamar y obtener la abstención de PP. Lo segundo revela un peligroso desconocimiento de un principio básico en la política española: la derecha nunca juega con las reglas que aplica a los demás. Cuesta ver cuál sería la ganancia de Podemos aceptando en diciembre lo que ahora rechaza ante un PSOE que ya habría quemado el comodín de los comicios.

Las tendencias se mantienen estables

Respecto a las encuestas, si agregamos los resultados de las publicadas, dejando aparte el último CIS con un trabajo de campo hecho antes del verano, arrojan un escenario donde PSOE y PP mejorarían sus resultados entre 3 y 4 puntos, Cs y Vox perderían entre 1 y 2 puntos y la teórica gran víctima de la repetición, Podemos, bajaría poco más de un punto. Las tendencias se mantienen estables desde julio. La derecha no sumaría para gobernar y la izquierda necesitaría un acuerdo, como ahora. Pero las encuestas conviene leerlas completas, no solo la parte que a uno le vaya bien. Seis entre cada diez votantes de derechas anhelan la repetición electoral, solo dos de cada diez votantes de izquierdas quieren votar otra vez. La derecha no va a tener un problema de movilización en noviembre, la izquierda sí. Confiar que no será difícil resolverlo, en medio de una campaña donde los partidos de izquierdas pasarán buena parte de su tiempo reprochándose mutuamente su incapacidad para llegar a acuerdos, más parece un acto de fe que un cálculo racional.

Sostienen los bien informados que Unidas Podemos espera que la prepotencia que imputan a los socialistas durante las negociaciones cohesione a sus bases, como sucedió en el 2016 cuando el miedo al 'sorpasso' movilizó a las huestes socialistas. También confían en las buenas prestaciones en campaña de su líder. Respecto a lo primero, se antoja un pronóstico de alto riesgo decidir qué va a pesar más en el electorado de izquierdas en noviembre, si la fidelidad o la utilidad de su papeleta. Los morados harían bien en tener presente cómo, en el 2016, las habilidades de su líder en campaña no impidieron una sangría millonaria de apoyos.

La sentencia del 'procés'

Preguntar hoy a la gente qué votará en noviembre, cuando a la mayoría aún le cuesta creer que deba hacerlo de nuevo, supone un cómputo demoscópico complejo. Fiarse de ese cálculo implica un riesgo extremo. En noviembre iremos a votar con la sentencia del 'procés' recién servida. El acelerado deterioro de los indicadores económicos permite prever que el temor a una nueva recesión, el reparto de sus costes y la necesidad de nuevos ajuste entrarán de nuevo con fuerza en la agenda política. Hay que tener mucha confianza en uno mismo para pensar que a la derecha no le va a ir bien una campaña marcada por la cuestión nacional y la amenaza de una nueva crisis económica y con la izquierda enfangada en un extenuante duelo 'a lo Pimpinela'.

Hay que tener
mucha confianza en uno mismo para pensar que a la derecha no le va a ir bien una  campaña marcada por la cuestión nacional y la amenaza de recesión

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez deberían plantearse también que, en noviembre, muchos de sus votantes no los verán igual que en abril. Sánchez ya no será el presidente del “Gobierno bonito”, que sacó al país del marasmo marianista apelando a la confianza y la regeneración. Para no pocos –seis de cada diez según algunas encuestas- encarnará a un político frio y calculador que prefirió ir a elecciones porque le parecía mejor negocio que aguantar a un socio. Iglesias tampoco será el líder audaz que presentó una moción de censura para perderla y luego facilitó el triunfo de la moción socialista porque lo importante era echar a la derecha. Volverá a verse retratado como el caudillo a quien lo único que le importa es salirse con la suya. Afirman los expertos que, ahora, en política, lo importante es el relato. Pero todos tienen uno y no siempre el tuyo es el mejor.