Al contrataque

Asombro, admiración y aplauso

Recomiendo la miniserie de 'La voz más alta' ('The Loudest Voice'). Y aplaudo su valentía. Esa televisión sí es de servicio público

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Josep Maria Pou

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Termino de ver los siete episodios de la miniserie 'La voz más alta' ('The Loudest Voice') -devorados los siete en dos tardes consecutivas, al límite de un mes de agosto que facilita hueco para estas cosas- y sigo con la boca abierta. De asombro, por un lado. De admiración, por el otro. La admiración es por la calidad de la serie y en especial por el trabajo montruoso, impecable, inabarcable, apabullante de Russell Crowe. ¡Qué prodigio de interpretación, Dios mio!  Aunque pienso que no hay premio, que no puedo haberlo para un trabajo tan enorme como este, tan alto, tan alto, que hace inútil cualquier reconocimiento porque hasta ahí no alcanzan las varas de medir, acudo a la lista de nominados a los premios Emmy que se entregarán el próximo 15 de septiembre y me sorprende no hallarle como candidato. Ni al actor, ni a la serie, ni a nadie del equipo.

Calma, no les pase lo que a mí, que empecé a abominar de los Emmy y quienes los votan. Lo que sucede es que la serie es de estreno tan reciente (30 de junio) que escapa al plazo legal de admisión de candidaturas que termina en mayo. Habrá que esperar, pues, a los Emmy del próximo año para ver cómo actor y serie son llevados al olimpo de los dioses. Repaso lo escrito hasta ahora y advierto un abuso de superlativos, pero me niego a corregirlo. Andamos tan escasos de alegrias que es bueno, cuando hay motivo, dejar correr, desbocado, el elogio y el aplauso.

Les hablé, al principio, de mi admiración y mi asombro. Razonada la primera, vamos a por el segundo: asombro de que puedan existir personajes como el Robert Ailes que retrata la serie, creador de la Fox News y responsable, en gran parte, de que Nixon, Bush y el mismo Trump hayan llegado a lo que han llegado; asombro de que, mientras los simples mortales bregamos por asomar la cabeza y respirar apenas, existan indeseables como Ailes que determinen que va a ser de nosotros; asombro de que esos tipejos se llamen periodistas, asesores, abogados, economistas; asombro de que alguien pueda cerrar, con su mano derecha, la cremallera de la bragueta después de satisfacerse soezmente con alguna de sus subordinadas, mientras teclea, con la izquierda, el número que le pone en línea directa con Trump para acordar entre los dos la manipulación del informativo de esa noche. Un asombro, mi asombro, que no cesa. ¿Es así la vida?

Recomiendo, por supuesto, esa serie. Y aplaudo su valentía. Esa televisión sí es de servicio público.