Opinión | Análisis

Rafael Tapounet

Periodista

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Bartomeu, Neymar y el síndrome de Ahab

El presidente azulgrana debería dar explicaciones sobre su aparente empecinamiento en pos de un objetivo imposible

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Mientras Josep Maria Bartomeu no se avenga a explicarnos el cómo y, sobre todo, el porqué de ese quimérico empeño en traer de vuelta a Neymar que ha convertido el agosto barcelonista en una alocada carrera hacia un acantilado cortado a pico, deberemos extraer nuestras propias conclusiones a partir de los pedazos disponibles de información contrastada. Que no son muchos. Sabemos, eso sí, que el brasileño estaba desesperado por largarse de París y que Leo Messi lo quería a su lado en el Camp Nou. Sabemos que el FC Barcelona no tenía dinero para afrontar una operación tan compleja. Y sabemos, porque así nos lo ha contado 'Le Parisien', portavoz oficioso del PSG, que los propietarios del club parisino habían decidido, ya a principios de verano, fijar un precio por su estrella que nadie pudiera pagar. Y el Barça, menos.  

En psiquiatría, el empecinamiento en un objetivo imposible se conoce como 'síndrome de Ahab', en alusión al monomaníaco capitán de navío ballenero que protagoniza la novela de Herman Melville 'Moby Dick'. Resulta tentador presentar al máximo mandatario azulgrana como un Ahab con dos piernas consumido por el deseo febril de dar caza al futbolista-leviatán que tiempo atrás le infligió graves heridas, una obsesión que le lleva a desafiar a la razón y a arrastrar a sus hombres hacia el desastre en pos de un fin que ninguno de ellos comparte. Pero, la verdad, por mucha imaginación que le echemos se nos hace difícil ver en el afable Bartomeu Floreta a un trasunto de aquel cuáquero cojo y enloquecido que propició el naufragio del 'Pequod'.   

La Operación Neymar es un disparate que los medios compraron porque, como dijo Conrad, a la gente le fascina lo abominable

De modo, nos decimos, que tiene que existir alguna razón. Una buena causa que justifique que el presidente envíe a sus mejores colaboradores a París a sentarse a una mesa con Nasser Al-Khelaïfi, ese catarí de pelo endrino que a la hora de negociar inspira tanta confianza como el vino de la casa de un restaurante chino. Un motivo poderoso que explique por qué se han publicitado propuestas de canje de jugadores en las que distinguidos futbolistas del primer equipo azulgrana quedaban rebajados a la condición de monedas de cambio de escaso valor. Un argumento que nos ayude a entender la mano tendida de Bartomeu a un profesional sopechoso que no solo dejó tirado al club dos semanas antes de comenzar la temporada sino que luego lo llevó a los tribunales.

A falta de una explicación plausible, la llamada Operación Neymar se antoja un completo disparate que los medios y una parte de la afición compraron porque, como escribió Joseph Conrad, a la gente le fascina lo abominable. Y aunque al final ha quedado en nada, la aventura veraniega ha distorsionado la planificación deportiva de la temporada, ha abierto grietas de desconfianza en el vestuario y ha provocado serios daños en el prestigio de la entidad.

Dejar ahora sin respuesta los muchos interrogantes que todo ello plantea supone dar pábulo a esas malintencionadas versiones apócrifas que lo mismo hablan de una tiránica imposición de Messi que de un frívolo intento de desestabilizar al PSG. El próximo 6 de octubre, ante la Asamblea de Socios Compromisarios, Bartomeu tendrá una excelente oportunidad de relatar los hechos y resolver las dudas. No hacerlo podría suponerle seguir ligado al espectro de Neymar y tal vez, el destino no lo quiera, acabar hundiéndose con él en las profundidades. Igual que Ahab y la ballena blanca.